Sin punto y coma

La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República marca sin duda un antes y un
después en la historia del sistema político mexicano actual, que ha sido producto de la etapa conocida como la Revolución Mexicana, y que se ha mantenido vigente a pesar de que en tres ocasiones el Partido Revolucionario Institucional, heredero ideológico del movimiento social más representativo del Siglo XX, ha tenido que dejar el poder y sumarse a la llamada alternancia democrática iniciada con el arribo de Vicente Fox Quesada a la presidencia de la República.
El fenómeno en que se convirtió Andrés Manuel López Obrador después de dos fracasos en su intento por alcanzar el poder, habla de una descomposición orgánica del Partido Hegemónico que durante mucho tiempo se mantuvo en el poder porque tuvieron la virtud de que pese al fuerte enojo popular supieron reinventarse cada vez, ante un electorado acostumbrado al gobierno de los hombres surgidos de la organización social que se asumió como heredera de los postulados del movimiento social de 1910. Para decirlo de otra forma, la llegada de Andrés Manuel López Obrador fue producto de una nueva revolución, pero ahora de índole social.
Y que bueno que el cambio de régimen llegó sin que se tuviera que derramar sangre, porque eso habla de un tremendo hastío de los mexicanos por los excesos cometidos desde el poder, y que propiciaban cada seis años una nueva generación de ricos y potentados que al cabo del tiempo comenzaron a poner en práctica mecanismos no tan solo para conservar el poder, sino para incrementar.
Esos privilegios que tanto lastimaron a las clases menesterosas, dejando el camino lleno de resabios y encono.
Por segunda vez la clase política tricolor tuvo que entregar el poder, con la peculiaridad de que quien ahora los separó de la estructura gubernamental surgió de entre sus las, y pese a que en ocasiones se utilizó el aparato del Estado Mexicano para combatir su activismo, finalmente en el tercer intento encontró el camino y el antídoto para evitar no tan solo la posibilidad de que se diera un nuevo fraude electoral, sino de que los dicterios en su contra permearán en la conciencia de los mexicanos. András Manuel López Obrador tuvo no tan solo la osadía de desafiar al sistema, sino de apabullarlo.
Treinta millones de votos le otorgan la legitimidad suficiente para intentar cambios relevantes en la práctica política de todos los días, pero también para reorientar los intereses ideológicos que son el sustento de la operación gubernamental, y que los principales indicadores tricolores tergiversaron para mantenerse en las mieles del poder, y a la vez alcanzar notoriedad y riqueza mal habida. Para decirlo más claro, Andrés Manuel López Obrador
no es un santo, pero los priistas hicieron todo porque lo pareciera.
A muchos no les gustará lo que aquí escribo, pero quienes se significaron como los autores del triunfo de Andrés Manuel López Obrador fueron los mismos que alguna vez lo combatieron. Y no tuvieron que hacer algo nuevo, simplemente siguieron con las mismas prácticas que propiciaron el surgimiento de enormes fortunas concentradas en los empresarios del momento, y que fueron los depositarios de las bondades sexenales para los corruptos funcionarios de alto nivel, esos que por desgracia nunca serán castigados por la impunidad propia del mismo Sistema Político Mexicano.
La era AMLO ha comenzado, pero tiene muchos genes del priismo anquilosado. Ojalá entienda que la renovación en práctica y modo resulta primordial para ser un buen gobernante.
Al tiempo.
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