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El Partido Revolucionario Institucional (PRI), aquel otrora instrumento del régimen revolucionario para mantener el control del poder político del país, uno de los instrumentos electorales más eficientes y eficaces del siglo XX, ha sufrido la más

dramática de sus derrotas electorales. Desde el año 2000, cuando perdió la Presidencia de la República, debió comenzar un proceso de recomposición, tanto al interior como al exterior, para poderse adecuar a los nuevos tiempos en la alternancia democrática; sin embargo, las pugnas internas entre las diversas facciones y grupos, junto con la disputa permanente por la presidencia nacional del partido, así como las coyunturas y condiciones políticas que le otorgaron el triunfo electoral en el año 2012, impidieron la concreción de este proceso.

Con un presidente de la República emanado de las filas de este partido político, lejos de un proceso de transformación, se retornó a los tiempos en los que el PRI era tratado como un apéndice del gobierno; una pieza más en el tablero de los juegos políticos del grupo gobernante, desatendiendo su historia, razón o circunstancia.

Sus documentos básicos fueron reformados con base en los intereses y no en razón de las necesidades políticas, económicas y sociales predominantes en México. Sus basamentos ideológicos fueron modificados para hacerlos inocuos, acomodaticios a las necesidades del gobierno. Su dirigencia fue impuesta desatendiendo la razón o la lógica, obligando a militantes a someter su trayectoria a pseudo líderes advenedizos, inexpertos y obnubilados por la frivolidad del dinero y el poder. La voz de la militancia fue sometida —una vez más— abusando de la disciplina y lealtad a unos colores y símbolos que —para muchos— son la esperanza en un México democrático y con justicia social, pero que, en la práctica, para la mayoría de la gente, perdieron sustancia, contenido e interés.

Hoy el PRI se encuentra en la encrucijada más compleja de su historia: sucumbir ante el gran rechazo popular y permanecer estáticos hasta la extinción; o afrontar las circunstancias y transformarse y adecuarse a las nuevas circunstancias políticas de México —lo que implica asumir su papel opositor con responsabilidad— para ser la voz de quienes no se identifican con el nuevo régimen y convencer a la gente que aún hay cuadros, con responsabilidad y deseo de servicio, que pueden llevar los destinos de las instituciones gubernamentales con responsabilidad y —sobre todo— con visión social.

Para ello, no basta una simple reflexión en la que se escuchen lamentos y quejas, se requiere de acciones eficientes para reagruparse y reorganizarse en un contexto político sumamente adverso y la primera, necesariamente, debe ser la definición ideológica, pues ya no hay cabida para la indefinición ni las posturas acomodaticias, ahora —más que nunca— debe plantea una postura firme frente a este escenario en el que, por primera vez en más de dos décadas, una sola expresión política puede definir, sin aliados, los destinos de la República.

Creo firmemente que lejos de buscar soluciones mágicas o asumir posturas distintas al devenir histórico del PRI, se debe voltear a ver sus orígenes ideológicos, su objetivo por alcanzar una verdadera justicia social y reencontrarse con su naturaleza socialdemócrata y de izquierda progresista que, durante más de 70 años le dieron solidez al partido de la Revolución Mexicana.

@AndresAguileraM