QUE CONSTE


Pues sin querer queriendo como dice la “chilindrina” se nos fue Armando

Ramírez, el cronista de TEPITO, pues sí, no son pocos los que sienten su partida, saben que era un hombre honesto que reseñaba lo que acontecía en el barrio bravo, ahí, entre las callejuelas, entre los viejos edificios llenos de sorpresas, de túneles, de espacios que nadie sabe qué tenían pero daban miedo, de las cosas más sucias y de las cosas más hermosas, los habitantes del barrio no son todos ratas o traficantes o viciosos, son gentes productivas, creativas, se dan sus mañas para sobrevivir en un mundo lleno de infiernitos, de tragedias, de trampas, de brutalidades, de horrores, ellas salen todos los días con sus mandiles arriba de sus vestidos, van limpias y arregladas, van a la chamba, al jale, a dejar el lomo en la calle, a gritar y vender, a sobresalir en los dichos y en los albures, ellos, van y vienen cuidando a su gente, a sus hijos les aman, los llevan a la escuela hasta donde ellos dan, cuando no, pues al jale, cuidando que no tome malos caminos y caiga en las drogas o en la prostitución que ellos saben y conocen muy bien con sus tragedias al canto, allá, cercano al barrio, estaba, anteriormente entre la Lagunilla y Tepito la calle de Panamá, “El órgano”, ahí se amontonaban las chicas y viejas del talón, se veía a los padrotes y madrotas cuidando su
“merca”, la explotaban, la combinaban con las drogas o con los productos robados, ahí, como que era la frontera entre el bien y el mal, ahí se veía a los “barriles”, a Lola la Chata” la patrona, al Guadalajara, a los que llevaban a los picaderos de peña y Peña o corrían por la mota y los demás productos para entregarlos a los clientes que sudaban la gota gorda y temblaban antes de recibir los productos, ahí también se convivía con los chachareros, con los que compraban la ropa usada cambiando por productos de cocina, los ropavejeros, esos que vestían de lujo a los jodidos con las prendas que todavía tenían vida y color, ahí se encontraba de todo, legal o robado y comenzaron los malosos a controlar todo, ya no con los golpes ni con la asistencia a los corrales donde daban clase de box o de lucha libre o de defensa personal, no, llegaron con armas y violencia y fueron desplazando a los buenos por los malos y, ahí, se jodeo la cosa.

Allá, cerca, también, estaba el barrio de los mariachis y el teatro Blanquita y el salón México y las calles y el hospital de la mujer y la Alameda donde paseaban los domingos buscando a las novias o pretendiendo las conquistas, ahí, todos conocían a los ratas y ellos respetaban a los viejos, a los niños y a las damas, a los vecinos, ahí no se metían, no, que va, se salaban, era pecado mortal, entre ellos mismos se eliminaban cuando faltaban a las reglas y, los domingos, el mercado de viejo y de lujo en la Lagunilla, ahí llegaban los ricachones a buscar antigüedades, ahí estaban los chachareros que eran expertos en esos temas y conocían, a veces, mucho más que los compradores, también ellos sabían quién y donde estaban los copistas, los que tallaban hasta hueso para hacerlo parecer marfil y ahí conocí aquellos cristos de marfil que llegaban desde la Filipinas por medio de los buques de Acapulco, ahí conocí a muchos pintores que dejaron sus obras en la jodencia porque eran los malos tiempos y, ni hablar, ahí vi los muebles hermosos de los viejos tiempos y de las tallas y de las joyas y las esculturas de barro que eran réplicas de los museos y se vendían como piezas exclusivas y raras a altos precios, en fin, no solamente era un mercado, ahí estaban los vendedores de libros viejos y usados, ellos, hombres sabios, sabían de que trataban los temas y cuáles eran los verdaderos incunables y cómo hojeaban los libros como oliendo lo viejo y gozando las polillas y descubriendo cada letra para que no los fueran a timar, era como una amplia escuela, se mercaba lo que no servía y se compraba lo que se necesitaba, era como ahora, en la jodencia y el control de los presupuestos, pero esos eran tiempos reales, de verdad, los buenos tiempos donde no se timaba sino que se jugaba y se regateaban los precios en las compras y las ventas, ahí, a primera hora, antes de la llegada de los clientes, entre los comerciantes se pasaban los tips, ellos, cambiaban productos porque algún cliente lo encargaba y eran los clientes que se respetaban, se conocían los nombres y cada chango a su mecate, así, Tepito era más allá de Tepito, el barrio bravo, el de campeones de box y de historias de todo, también se escuchaban las historias de las viejas vecindades, que si aparecían los espantos o las almas o si en una casa se encontraron una olla con monedas de oro y de plata y las veías en los puestos especiales de los que mercaban los viejos dineros del país y del extranjero, ahí vi como las monedas de oro se cuidaban de tal forma para que no perdieran el valor o se montaban en los llaveros de los ricachones como amuletos del oro que atraía oro o de plata que mandaba más dinero, recuerdas ¿aquellas moneditas de balanza de plata?, pues ahí andaban al lado de los veintes de soles o los viejos billetes sin valor de los tiempos de la revolución, porque en esos tiempos ya se hacían chapuzas como hoy las hacen los políticos, no de ahora, sino los de antes, los de la vieja escuela que por fin termina con la salida de Urzúa, dicen ellos y, lo mandan a formar más tecnócratas en el Tecnológico de Monterrey como que se va burlando de los rudos y como que le hace señas a Romo desde esa trinchera, en fin, los cuentos son largos y las historias son profundas, pero reales, por ello me decía Jorge, un buen amigo: ¿Por qué no escribes un libro con esos recuerdos? Y, pues, a lo mejor, sería bueno dejar un poco la política y la suciedad para entrar a revolver los viejos polvos de viejos lodos… a lo mejor, quizás…no sé, pero me gusta mucho la política, también…