Tan duro el golpe que consumaron con una camioneta de la CFE usada como ariete con el que los jóvenes de la causa

Ayotzinapa derrumbaron la puerta de Palacio Nacional en la calle de Moneda hace un par de días como el que seguramente resintió en su alma el inquilino número uno de ese inmueble histórico de la Ciudad de México. 

Por encima de la evidente y grave falla de seguridad, a cargo de militares, quienes respiraron polvo dentro de Palacio ante casi seguramente la orden de no confrontar, y que hizo posible el “camionetazo” contra la puerta venida a menos, la embestida sobrevino unas horas después de que apenas en su matutina del martes el presidente López Obrador desestimara diversas voces de alerta.

Convencido, dijo el martes cinco de marzo, que como hay elecciones, también hay publicistas que quieren “sacar raja con algún tema”, además de que buscan “generar miedo, temor, magnifican los problemas que desde luego existen, de inseguridad”. Todo eso, resumió en Palacio Nacional, “es parte de la circunstancia”.

Más aún, señaló que lo que él podía comentar es que “la gente está muy tranquila, muy segura y, diría, feliz”, conforme una encuesta del Inegi que él mismo refirió en esa su matutina del martes cinco de marzo.

Abundó: “El pueblo de México es feliz, muy feliz y no hay este ambiente que quieren posicionar con propósitos político-electorales. La verdad, la verdad, están muy despistados los estrategas, porque esto no les ayuda en nada, esa es mi opinión, no es por ahí”, remató con la prestancia y solvencia que le son inherentes y hasta proverbiales cada mañana en su incesante campaña para deshacer todo tipo de entuertos.

Mas pácatelas. Unas horas después de afirmar lo anterior, pues que le tumban la puerta de su residencia, el Palacio Nacional, en coincidencia con la celebérrima matutina, el magnífico escaparate de todo el florido verbo con el que echa abajo o por lo menos intenta todo aquello que manche su investidura, tizne su prístina honorabilidad, o pretenda, acabar con la transformación que él enarbola para y por la grandeza de México y su gobierno, por supuesto. Vaya usted a saber si quienes resguardan el Palacio recibieron la orden de dejar hacer, dejar pasar, para luego erigir un argumento sólido: ya ven, los violentos son ellos, no nosotros. Pero uno se pregunta además si una embestida como ésta ocurre en Palacio Nacional, sin que nadie meta las manos, al menos en legítima defensa y resguardo de un bien patrimonio nacional, pues qué podemos esperar fuera de allí.

El ataque este martes en Palacio Nacional siguió a manifestaciones y otros incidentes con petardos que incluyeron instalaciones de la Fiscalía General de la República, el Senado y la secretaría de Relaciones Exteriores. Todas tuvieron como eje común la demanda de que el presidente López Obrador abriera un diálogo directo sobre el caso de Ayotzinapa, que en septiembre próximo cumplirá diez años.

El incidente este martes en Palacio Nacional obligó al uso de gases lacrimógenos y la formación de una valla humana para impedir el acceso de los manifestantes al interior del recinto, donde el presidente López Obrador daba su habitual conferencia de prensa.

López Obrador dijo que se repararía la puerta y el asunto no escalaría porque -aseveró- su gobierno no es represor. Añadió que en los próximos 15 o 20 días, se reunirá con los padres de los normalistas desaparecidos y “mostrar pruebas de cómo se manipuló la investigación”.

López Obrador dijo que los normalistas serán atendidos por funcionarios de la subsecretaría de Gobernación, y ratificó que mantienen una postura “muy de confrontación”.

Vidulfo Rosales, abogado de los padres de los 43 normalistas, dijo que estarán a la espera de una respuesta de López Obrador, pero lo acusó de estar tratando de buscar culpables del fracaso en la investigación, porque “ya no tiene respuestas”. ¿Será? Una cosa es cierta, han pasado más de cinco años desde que se hicieron muchas promesas.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1