SINGLADURA

En el ya lejano 2000, casi 17 años,  el flamante canciller de México, Jorge Castañeda,  hizo creer al presidente Vicente Fox y aún a buena parte de México, que sería posible lo que llamó muy a la mexicana eso sí “la enchilada completa” en materia migratoria, una quimera según sabemos

ahora que ni siquiera alcanzó la etapa de chilaquiles y, por el contrario, entró en terrenos pedregosos a juzgar por la amenaza, cada vez más real, de ver en la frontera mexicano-estadunidense el malhadado muro que pretende construir “el magnate del ladrillo”, como también se conoce al presidente Donald Trump.

Bajo el influjo del ascenso al poder de Fox en relevo de 70 años de priismo, Castañeda engolosinó con la idea de que México y Estados Unidos podrían suscribir un acuerdo migratorio capaz de esencialmente poner fin a los riesgos de quienes desde hace más de 100 años cruzan la frontera rumbo a Estados Unidos y la ilusión luego de conseguir un estatus migratorio sin sobresaltos en el país vecino.

La idea fracasó en buena parte por los trágicos hechos del 11 de septiembre de 2001, que incluyeron el desplome de las Torres Gemelas de Nueva York.  Pero también por la inviabilidad del proyecto  en sí de Castañeda.

Con el calderonato, el tema bajó de volumen y quiso Calderón enfocarse más en el terreno comercial que en el drama migratorio. Después de todo, los migrantes no representaban mayor problema, fuera de algunos capítulos que en ocasiones  reenfocaban la agenda.

De hecho, ambos gobiernos y sus respectivos países pusieron el tema en una dimensión llevadera, soportable. Fluían los dólares a México y el trabajo enriquecía a los Estados Unidos.

Pero la llegada de Trump trastocó ya todo el escenario binacional con riesgos más altos, claro, para el lado mexicano. No es poca cosa la captación en México de unos 27 mil millones de dólares, cifras del 2016, enviadas por los compatriotas que sudan ese capital, un monto equivalente prácticamente a la inversión extranjera directa en México.

Entre la gama de alternativas a la mano de que dispone Trump, está justamente la aplicación de una eventual  tasa impositiva a esos fondos millonarios que podrían canalizarse a la construcción del muro trumpiano, uno de sus compromisos de campaña presidencial.

El gobierno de México, sin embargo, se mantiene a la defensiva si acaso. No se atreve aún a dar ni siquiera un golpe de sombra para medir el adversario. Sigue atrincherado en su refugio, más bien con temor de asomarse ante la falsa presunción de que es mejor no  retar ni mucho menos ofender al  Goliat enloquecido.

¿Qué va a pasar ahora con Trump? Ya sabemos. Tendremos días, semanas, meses y probablemente años de rispidez absoluta. Al final, queda la idea de que ninguno de los tres últimos gobiernos mexicanos ha hecho nada trascendente en beneficio de los emigrantes. Hoy, la preocupación central  es que peligran las remesas y podría agravarse el drama del desempleo.

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