Singladura
Lo impensable: dos gabinetes en Palacio Nacional. El contraste: los que arden en ganas de estrenarse y los que enfrentan largas horas para cumplir su ansia de irse
de una buena vez. La reflexión: como te ves me vi. La interrogante: ¿Cómo te verás en seis años?
Inédito sin duda el encuentro, el tercero de la serie denominada “la transición de terciopelo” entre el gobierno saliente y el entrante. Uno, el que aún comanda con cada menos ganas el presidente Enrique Peña Nieto; el otro, pujante, vigoroso y ansioso que encabeza el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador.
El primero, con ya casi cero ganas, poco entusiasmo y una incertidumbre clavada en el corazón sobre lo que viene, a partir de lo que dejan. Entregan y se van, parece haber sido la instrucción desde algún sitio de Los Pinos, o incluso, en pleno Palacio Nacional. Suave, despacio, con más ensimismamiento que satisfacción del deber cumplido, ya sea porque no quisieron, porque no pudieron o por ambas cosas.
¿Qué pensarán? ¿Qué sentirán? Si acaso sólo ellos lo saben, pero supongo que no deben estar pasando sus mejores días. ¿O sí? ¿Acaso les tiene sin cuidado? Puede que piensen y aún sientan que dieron lo mejor de sí, que hicieron su mejor esfuerzo, pero que fue imposible. ¿O acaso les hierve en las venas la sangre de la incomprensión? Las imágenes en Palacio Nacional me hicieron recordar al estudiante reprobado. Desconozco por qué me vino esa imagen a la mente. No afloró una sola sonrisa. Al contrario. Los rostros de cada uno de los miembros del equipo presidencial saliente trasuntaban tensión, incomodidad, severidad e incluso una mueca de incredulidad ante la escena en el meritito Palacio Nacional, el mismo sitio de infinidad de glorias fugaces, las mismas que se apagaron formalmente el uno de julio pasado para dar paso a una realidad más que hiriente.
De plácemes, los integrantes del gabinete entrante, que está por estrenarse bajo la égida de los 30 millones de votos. Sonrisas cinceladas sin esfuerzo, pujanza, fibra pues. Los mejores del momento, los estudiantes aplicados, sobresalientes, los que si saben cómo se hacen las cosas. Con la luz del futuro y el horizonte abierto, prístino y virginal.
Viene la parte dura de la realidad, esa que no admite pretextos ni argumentos. Vienen los tiempos que huyen de la pose, la foto o la imagen. Es previsible un escrutinio severo y si bien no se exigirá ni espera milagro alguno y mucho menos inmediato, sí habrá una observación intensa, demandante y vigilante del cumplimiento de cada compromiso, promesa y palabra de campaña.
Es tiempo entonces de cuidar el capital político tan lenta, paciente y acertadamente acumulado. Después de todo como se ven se vieron. Ojalá no se vean como los ven.
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