SINGLADURA

Ni si ni no, es como podrían resumirse los primeros cien días de gestión del

presidente López Obrador y su cuarta transformación, que se inspira en movimientos radicales de la historia mexicana como la gesta de independencia, la reforma y la revolución del 10. López Obrador, quien ambiciona con legítimo interés a ser un buen presidente, nos tiene prometido a los mexicanos, partidarios y/o críticos, un cambio de régimen.

La apuesta, claro, está colmada de retos, incertidumbres, temores y resistencias. Sin duda, López Obrador está enfrentando una realidad en la que todos los días chocan sus simpatizantes, seguidores y panegiristas a ultranza y sus adversarios más acérrimos que se manifiestan en prácticamente todos los escaparates públicos. Un punto medio sería mejor para ambas partes porque ni todo está perdido en estos 100 días de gestión y aún falta demasiado para asegurar el éxito o el fracaso de ésta con base en un diagnóstico justo, objetivo y preciso.

Suelen decir en Venezuela “ni calvo ni con dos pelucas”, para precisamente llamar a un punto medio, de equilibrio, entre posiciones antagónicas en extremo, que se alejan de un balance mesurado y sobre todo necesario cuando se examina cualquier tipo de situación y aún más al tratarse del desempeño y los frutos de un gobierno.

Es cierto, el gobierno de López Obrador ha incurrido en una serie de excesos y extravíos que van desde la cancelación del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México so pretexto de una consulta amañada y poco fiable hasta el despido sotto voce de miles de empleados públicos del gobierno federal, que hace meses resienten con sus familias la falta de un ingreso para su manutención.

De igual forma se ha impactado de manera negativa el salario de muchos empleados públicos, cuyos ingresos clasifican si no entre los peores del gobierno, si en niveles que apenas se colocan en la justa medianía juarista que con frecuencia invoca el propio presidente. Se añade a esto una semiparálisis gubernamental como consecuencia de los miles de despidos de personal calificado y/o especializado contratado durante años por el propio estado bajo honorarios o de manera eventual. Alto es el daño para miles de empleados en estas condiciones, -ahora ex empleados-  colocados muy lejos de las élites laborales prohijadas por el estado mexicano durante décadas, y  cuyos excesos y abusos si debieran tener un límite.

Entre los aciertos del gobierno de López Obrador, todavía en el periodo de aprendizaje inicial, destaca la reorientación del gasto público en un intento de recomponer el diluido tejido social del país en forma tal que deje de abonar a una creciente descomposición social del país y suprima al mismo tiempo el espacio más propicio para nutrir las filas del crimen organizado y todo tipo de violencia delictiva. Habrá que confiar en este sentido en que la creación de la Guardia Nacional a través de un consenso legislativo y con la aprobación de los estados, comience pronto a dar los frutos que todos debemos esperar.

Preocupan sin embargo las previsiones de crecimiento económico para este y el año próximo, la cautela y aún el temor de inversionistas, los frenos que aún imperan en muchos proyectos de inversión y hasta las pifias iniciales de funcionarios y legisladores que ensombrecen y desalientan la 4T.

Otro punto preocupante radica en las constantes denuncias de corrupción hechas desde la cúpula del poder, que atañen directamente a las administraciones pasadas, sin que eso signifique hasta ahora que haya responsables. Ambos temas deberán subsanarse lo más prontamente posible so pena de un desencanto social, pero sobre todo del descrédito que podría acusar el gobierno de la cuarta transformación, aún hoy en un momento de romance ciudadano. 

Mas es perceptible socialmente que aun con todas las pifias y aciertos, una amplia mayoría de mexicanos se mantiene fiel a la esperanza que encarna López Obrador, aun y cuando esto no guste a sus críticos, demasiado feroces en muchos casos. Es tiempo de esperar y permanecer vigilantes, atentos a la cosa pública. Es mucho lo que está en juego y no deberíamos apostar al todo o nada. La moneda sigue en el aire, y el tiempo corre.

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