SINGLADURA
Cuando anduvo de campaña, sus detractores, que no son pocos, solían decir
que López Obrador decía a cada público lo que éste quería escuchar. Así, si el encuentro era con empresarios e inversionistas les hablaba, se comprometía a respetar la autonomía del Banco central, la libre empresa, la disciplina financiera y fiscal y los compromisos con empresas y bancos nacionales y extranjeros. De igual forma, se comprometió con la no confiscación y/o expropiación de bienes.
En otros momentos de su campaña y aún en los discursos de victoria el 1 de julio de 2018 y de toma de posesión en diciembre prometió libertad empresarial; libertad de expresión, de asociación y de creencias; todas las libertades individuales y sociales, así como los derechos ciudadanos y políticos consagrados en la Constitución del país.
La madre de sus promesas: desterrar la corrupción mediante el uso de la escoba de arriba para abajo fue quizá la que más votos le generó y también la más difícil hasta ahora de cumplir. Más aún, parece que esa promesa hay que desecharla ya, olvidarla ya, eliminarla de la agenda de compromisos de López Obrador.
En diciembre pasado, el mismo convocó a “que veamos hacia adelante y hagamos el compromiso de acabar con la corrupción y la impunidad, soy partidario del punto final y de que iniciemos una etapa nueva”, pero con él, con su gobierno.”Vamos a ser inflexibles a partir de nuestro gobierno”, y sobre el pasado de corrupción –dijo- es mejor “un borrón y cuenta nueva”. Así.
De su decálogo de promesas, que sí cumplirá, está su arenga, su compromiso de atender “primero los pobres. Daremos preferencia a los más humildes y olvidados; en especial, a los pueblos indígenas de México. Por el bien de todos, primero los pobres”, ratificó y eso si lo está haciendo el presidente.
Es su enfoque principal de gobierno: atender a los pobres, a los más vulnerables, a los que los sucesivos gobiernos neoliberales que se instauraron en 1982 con Miguel de la Madrid, desdeñaron, ignoraron, pero usaron para justificar, en nombre de los pobres, sus acciones y medidas económicas neoliberales. Los pobres fueron esos años, el señuelo, el anzuelo utilizado en los discursos para justificar cuantos programas económicos y medidas financieras de emergencia, se aplicaron con los resultados conocidos.
La pobreza creció hasta rebasar al 50 por ciento de la población, aun cuando los indicadores macroeconómicos lucieran robustos, sólidos y el país se inscribiera de esa forma incluso en los clubes de los países ricos y/o desarrollados como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que curiosamente encabeza el ex titular de Hacienda y de la Cancillería, José Ángel Gurría Ordoñez, bien conocido como el “Ángel de la Dependencia”.
Amlo también prometió combatir la desigualdad y pacificar al país mediante la atención a las causas de la inseguridad y la violencia.
“Estoy convencido de que la forma más eficaz y más humana de enfrentar estos males exige, necesariamente, el combate a la desigualdad y a la pobreza. La paz y la tranquilidad son frutos de la justicia”. Aún falta por probar que la inminente acción de la Guardia Nacional y los 300 mil millones de pesos que se están comenzando a entregar a los más pobres y desvalidos del país, fructificarán en una mejoría de la seguridad pública del país o serán un ingreso adicional para muchos que prefieren el crimen y el robo como una forma de vida muy rentable.
Al cumplir recién los primeros cien días de su mandato, Amlo ha ratificado su fidelidad y lealtad al pueblo de México, “el único que manda en este país”.
Esto explica, me parece, su elevada aprobación ciudadana del 80 por ciento. Es otra época, es un cambio de régimen, que sólo puede entenderse en sus nuevas coordenadas y reglas del juego. Es una nueva ruta. Veremos los resultados.
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