SINGLADURA

Según Wikipedia, “el eclipse (del griego ἔκλειψις, ékleipsis, que quiere decir
‘desaparición’, ‘abandono’) es un fenómeno en el que la luz procedente de un cuerpo celeste es bloqueada por otro, normalmente llamado cuerpo eclipsante”.
Explica la misma fuente que “existen eclipses del sol y de la luna, que ocurren solamente cuando el Sol y la Luna se alinean con la tierra de una manera determinada. Esto sucede durante algunas lunas nuevas y lunas llenas”.
Sin embargo, hace ver, “también pueden ocurrir eclipses fuera del sistema Tierra-Luna. Por ejemplo, cuando la sombra de un satélite se proyecta sobre la superficie de un planeta, cuando un satélite pasa por la sombra de un planeta o cuando un satélite proyecta su sombra sobre otro satélite”.
“¿Y todo este amplio preámbulo para qué?”, seguramente se preguntará usted afable lector (a). Bueno, resulta que este fenómeno está ganando fuerza en el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, un político de casi casi 24 horas, que eclipsa, ensombrece y apabulla prácticamente a sus colaboradores de primera línea. 
Con frenesí, explicable tal vez por las tantas ganas acumuladas por tantos años que traía de llegar a la presidencia, López Obrador gobierna de manera contundente, total, conforme a su leal y espero que cabal entender.
Ya el cuatro de diciembre de 2018, una fecha que parece a estas alturas del gobierno muy alejada en el tiempo por el vertiginoso ritmo presidencial, y en su primera conferencia de prensa en Palacio nacional luego de inaugurar las jornadas diarias con su gabinete de seguridad a muy temprana hora del día –que como decían las personas de antes, tarde se le hacía- el entonces flamante presidente puso en claro: “empezamos bien, tengo las riendas del poder en las manos”. Ni quien lo dudara entonces y menos ahora, más de cien días después, de que todos los días nos recuerda a los mexicanos, quién manda en México. Lo sabemos. López Obrador manda en México incluso mucho antes de los tiempos previstos por la Constitución para que asumiera el mando de manera formal. Esto como consecuencia de que Peña Nieto se hizo más chiquito al promediar el uno de julio de 2018, el día que seguramente quiso desaparecer del todo, su peor día en la presidencia del país.
Aquel lejanísimo 4 de diciembre, en Palacio Nacional, el epicentro histórico del poder ejecutivo mexicano, López Obrador hizo ver: “hay gobierno en México”, una frase similar a aquella que en latín se pronuncia desde el balcón central de la Basílica de San Pedro cada vez que hay un nuevo sucesor de Pedro: “habemus papam”.
Dijo esa misma fecha López Obrador que el gobierno sería para “darle seguridad y protección a los mexicanos, para que se mantenga la esperanza; que las expectativas de cambio se van a convertir en realidad”. Y en esa estamos. Esperanzados de que la operación ya inmediata de la Guardia Nacional nos de la seguridad que perdimos hace años y que ni los gobiernos de Fecal y de Peña pudieron devolvernos.
Y pues si, seguimos aferrados a la esperanza que nos anunció López Obrador, amarrados a las expectativas de cambio que nos ofreció si nos decidíamos a perder el miedo y votar por él.
En efecto, convenció a 30 millones de electores. Qué bueno. Esos votantes y aún muchos de quienes optaron por otras candidaturas, siguen a la espera del cambio prometido. Uno de los cambios ya cumplidos diría yo es la presencia omnímoda, eclipsante del presidente López Obrador que como un niño héroe se envuelve en el trajín de la jornada diaria apenas parpadea la luz del día.
El es el Presidente, el que tiene en sus manos las riendas de todo el poder y todo lo llena, todo lo abarca, todo lo cubre, incluso a sus colaboradores a los que con frecuencia les emborrona, les corrige, les dicta la plana. Estos, sus colaboradores, aparecen pequeños, medrosos, llenos de pavor ante la presencia apabullante del Presidente, que los eclipsa. El caso Arturo Herrera, subsecretario de Hacienda, es sólo un ejemplo, Rocío Nahle, otro, en aquella rueda de prensa sobre la tragedia de Tlahuelilpan, donde la secretaria de Energía, apenas asomada al estrado de la conferencia mañanera, cometió una pifia memorable.  “Es una cuestión técnica, el ducto estaba lleno y está presionado, y cuando está presionado y tiene producto, incluso el cálculo es hasta de la densidad del propio producto, se ve con la fuente o con lo que sale cómo estaba la presión”. Así. Una presión excesiva, pero sobre la secretaria Nahle, quien quedó bajo la mirada escrutadora de su jefe, el presidente, el que tiene las riendas del poder en sus manos.
Pregunto: ¿qué será tener tanto poder en las manos?
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