Tres factores distinguen la forma de organización social de los Estados Unidos: respeto a la ley, al orden y a la democracia. Gracias a ello, han vivido más de un siglo en paz y como una de las naciones más civilizadas del planeta. Por cruenta que fuera la batalla electoral, invariablemente el candidato perdedor se hacía a un lado aplaudiendo al ganador, y éste se concentraba en gobernar para todos.

 Pero la teoría conspirativa que esgrimió el presidente Donald Trump, desde la noche de la elección el 3 de noviembre de 2020, derivó en una obsesión enfermiza, alimentada por esa negativa del aún presidente a reconocer la derrota. Tras victimizarse una y otra vez, llamó a sus simpatizantes durante los últimos días a defender lo que consideró su victoria. Inclusive ayer en el que posiblemente sea su último mitin en Washington, Trump advirtió ante sus seguidores que no aceptaría la derrota y llamándolos a “detener el robo,” logrando encender los ánimos de los anarquistas que lo siguen.

Desatando así una violencia no vista desde 1814, en el Capitolio, el corazón político de los Estados Unidos, donde un grupo de anarquistas irrumpió en señal de protesta contra la certificación de Joe Biden como presidente. Una maniobra claramente orquestada por el presidente Donald Trump, con el ánimo de crear un clima de caos que impidiera el paso de su contrincante demócrata hacia la Casa Blanca.

Nunca en este período de transición en el poder, Donald Trump fue capaz de presentar una sola prueba de fraude electoral. Las autoridades correspondientes rechazaron sistemáticamente sus berrinches, pero ni así ha desistido, manteniendo el discurso de auto-victimización que no convenció ni a sus más cercanos colaboradores, con quienes rompió o se hicieron a un lado, ante la imposibilidad de seguir defendiendo lo indefendible.

Destaca la negativa de su vicepresidente, Mike Pence a objetar la certificación de la victoria de Biden, en la sesión de ayer en el Congreso por lo que el mandatario lo acusó de no haber tenido el coraje de defender a Estados Unidos.

Bien vale la pena preguntar: ¿quién gana o quién pierde con este golpe a la democracia? Finalmente no hay un ganador y todos son perdedores. Ni Trump revierte el resultado ni Joe Biden llegará al poder en el tradicional clima democrático. Estados Unidos pierde con la ofensa a su democracia y a la ruptura del orden en el Capitolio y se ofende al ciudadano común norteamericano, orgulloso de pertenecer a una sociedad que respeta el orden y la ley. Para colmo, una mujer murió en medio de este absurdo golpe a la democracia.

Ironías de la vida: si el retraso en la certificación de los votos de la elección de noviembre pasado, impidiera que Biden asumiera el mando de la Casa Blanca, la ley establece que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, asumiría provisionalmente la presidencia de los Estados Unidos. Sí Pelosi, una de las adversarias políticas más detestadas por el gran perdedor Trump, quien tendría que cederle el mando.

En medio del océano de mentiras reiteradas y verdades manipuladas, Donald Trump da sus últimas patadas de ahogado.

Al final se irá para siempre a su casa, rumiando su derrota.

Atención: ¿Qué mensaje deja todo esto, ocurrido en la democracia más consolidada del mundo, sobre todos aquellos regímenes populistas que hoy pululan en distintas regiones del planeta?

Si ves las barbas de tu vecino cortar…