La metáfora de los molinos de viento con los que el Quijote de la Mancha se enfrentaba creyéndolos enemigos,

cuando en realidad se trataba de seres fantásticos o imaginarios, encaja perfectamente en el México de hoy, en el que el Presidente no cesa de empuñar su lanza contra toda clase de supuestos adversarios, que amenazan su ‘reino’ o no quieren doblegarse ante él.

No hay día en que no la emprenda contra alguien, como cuando era un político de oposición.

Desde los gobernantes que le antecedieron en el llamado periodo neoliberal hasta universidades públicas, a los que lanza todo tipo de adjetivos y etiquetas, por oponerse o criticar el modelo ‘transformador’ que dice estar forjando desde el Palacio Nacional.

En su discurso de toma de posesión, la emprendió contra los ex presidentes, a los que acusó de corruptos y solapadores, pero sin perseguirlos ni castigarlos. Disolvió los fideicomisos, 109 en total, porque según él todos desviaban recursos, con lo que miles de mexicanos destacados truncaron proyectos personales y profesionales. Ordenó cerrar las estancias infantiles para acabar con los esquemas de corrupción que, según él, las regía. Las incluyó todas en el mismo paquete.

Acusó a los padres de niños con cáncer de dejarse manipular por una campaña imaginaria para sabotear a su gobierno, cuando lo único que demandaban era tratamientos que su gobierno canceló, para salvar la vida de sus hijos.

La lista de molinos parece interminable. Al inicio de la pandemia, la emprendió contra los empresarios a quienes dejo solo frente a la crisis económica por la pandemia. Se lanzó contra los abogados que trabajan para empresas extranjeras que, de acuerdo con su dicho, “quieren seguir saqueando a México”. Insultó la integridad de jueces y magistrados al afirmar que “el poder judicial está podrido.”

A los ejércitos enemigos se sumaron los ministros de la Suprema Corte por resistirse a reducir sus ingresos o por emitir fallos contrarios a sus intereses, como la decisión de declarar inconstitucional la prisión preventiva oficiosa; ha descalificado y pretende apropiarse del INE, del Tribunal Electoral, el INAI, la Comisión Federal de Competencia Económica, Cofece, la Comisión Reguladora de Energía, CRE; y la Comisión Nacional de Hidrocarburos, CNH. Los señala o por estar contra su proyecto de gobierno, o por ubicarse del lado de los corruptos.

Asegura encabezar un régimen de libertades, pero estigmatiza a cientos de periodistas, activistas e intelectuales que lo cuestionan, inclusive particulares que se congregan para formar alianzas políticas opuestas a su proyecto, como si se tratase de algo ilegal.

En sus batallas, el Quijote del Siglo 21 ha ido más lejos de lo que podemos suponer. En este afán de dividir en vez de sumar, criticó a la clase media mexicana de ser ‘aspiracionista’ y carecer de escrúpulos morales.

Y más recientemente, su régimen ha intentado en tres ocasiones llevar a penales de máxima seguridad a un grupo de científicos, investigadores y exfuncionarios de Conacyt, acusados de presuntos actos de corrupción, que no ha podido probar.

Hoy, el monumental molino de viento al que se enfrenta con alucinante furia, es la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, a la que culpa de haberse ‘derechizado’ y de defender el neoliberalismo. Sugiere inclusive que se reforme, atentando así contra su autonomía.

En su profundo sueño, la ha emprendido también contra las organizaciones de la sociedad civil, de las que desconfía. Por añadidura acorrala a todas aquellas personas físicas y morales que destinan millonarias sumas en favor de los más desprotegidos, reduciendo los montos de las deducciones filantrópicas.

Son las andanzas de un Quijote que, a la mitad del camino cree en su imaginario estar dejando en el camino a miles de enemigos que tuvo que aniquilar para defender sus feudos y perpetuar el poder, sin escuchar las recomendaciones de un Sancho Panza al que mandó cortar la lengua por haberle sugerido tender puentes y buscar alianzas para fortalecer a la república.

 

@ramirezpaco