Como toda institución, con aciertos y desaciertos, claro oscuros de un partido acusado de dictadura perfecta o

dictadura de partido por Vargas Llosa, enjuiciado por la entonces oposición, hoy en el gobierno, bombardeado con cuestionamientos y a veces con calumnias, para disminuir su poder e influencia, porque en la medida que se consiguiera aniquilar, se abre la oportunidad de la oposición para ocupar su lugar. Y luego, ya ocupando su espacio, repetir más de lo mismo, como catecismo plagiado – término de moda – catecismo aprendido del más puro estilo priísta de otros años, pero omitiendo sus bondades, la aceptación de la crítica, con su consecuente apertura democrática, que en honor a la verdad no habría sido posible, sin la sensibilidad de muchos priístas que aceptaron – a fuerza o a patadas, si se quiere ver así – y asimilaron errores y corrigieron. Proscribiendo un nuevo baño de sangre, construyendo instituciones sólidas garantes de la democracia como el INE, privilegiando la alternancia en el poder. Esa misma alternancia, que la oposición de entonces, ahora en el poder, pretende instalarse reproduciendo precisamente las prácticas que criticaron, que combatieron y que hoy en la comodidad de Palacio, se resisten a abandonar, con el repetido estribillo de “no somos como los de antes” ante las evidencias inocultables y expuestas, un día sí y otro también, su proclividad a las mieles del poder, del poder y por el poder mismo. 

 Un PRI al que quisieran enterrar inclusive sus eventuales aliados, y desde el gobierno dinamitando a su dirigencia, pero que la sociedad les señala, que su existencia es necesaria en una estrategia para reconstruir a la Patria, porque son tiempos de unidad ante las acechanzas contra la Patria, sí, la Patria, ésa palabra desgastada y pretendidamente perdida en el desuso y desgaste, convenientemente proscrita del lenguaje político oficial.          

Estados del sureste “olvidados y abandonados” por las política públicas priístas, que en sus noventa y cuatro años, de verdad hay quienes lo creen, logros ignorados, como por ejemplo, el exitoso proyecto Cancún, cuyos frutos sigue rindiendo resultados y detonando el desarrollo del sur sureste, el mayor generador de fuentes de empleo y progreso familiar, un dique importante en la migración al extranjero y un polo de desarrollo reconocido en el mundo e ignorado por sus beneficiarios, que en su tosquedad, traducen en ingratitud electoral, siguiendo el canto de las sirenas.   

El partido de instituciones, que logró transitar del totalitarismo, caudillismo, militarismo, autoritarismo y egocentrismo político a un México de organismos e instituciones, frente a cacicazgos, donde los herederos con nombres y apellidos priístas, de esos cacicazgos, pululan en el actual gobierno en estados como Campeche, ante el conveniente silencio de la fanaticada de moda.    

Noventa y cuatro años de abusos y corrupción – dicen sus detractores – repiten sus “adversarios” para justificar y enardecer los ánimos para encumbrarse sobre sus cenizas, porque – justificadamente o no – así es la política y así son sus reglas en la obtención del poder, lo publicitan. O no es acaso ése el fin de los partidos políticos y de los políticos, alcanzar el poder. 

Noventa y cuatro años de vida de un partido de los cuales setenta años enraizado en el poder, pero un poder que facilitó la transición a la alternancia y al cambio democrático, condición que hoy alentado por el resentimiento, la frustración y el odio contenido, otro partido igual, similar, se pretende afianzar otro sexenio, oponiéndose a la alternancia que le brindó la oportunidad de llegar. Hoy ese PRI construye las alianzas, rescatando con los otros partidos el clamor popular de democracia y alternancia, respeto a las instituciones garantes de elecciones limpias a pesar de los embates sistemáticos desde el Poder.

Eduardo Sadot Morales

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