La cuestión no es si sea o no viable medir la felicidad de un país y en su caso, ¿cómo hacerlo o cuál es el método más aceptado y por ende el indicador? La pregunta es si este debate debe darse en los tiempos que corren. Tiempos donde lo que le preocupa a una sociedad son dos cosas elementales, primero; no enfermarse o si se está enfermo salir airoso, y segundo; ¿cuáles son las medidas para afrontar las consecuencias de una crisis económica no vista desde hace al menos 88 años?

Por ello, llama la atención que se pretenda subir a la agenda pública un tema que no es menor, pero que resulta innecesario discutir ahora, porque al final medir la felicidad o el bienestar resulta todo un desafío psicológico, biológico, económico y social, pero parece que no es así en lo político.

Pero de ser inevitable y le vamos a entrar al debate, es preciso comenzar por aclarar que su discusión no es nueva, el concepto de la felicidad data como un reconocimiento público, al menos desde la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, en la que sus fundadores señalaron algunas verdades cardinales como la igualdad, el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Aunado a que existen esfuerzos interesantes en, por ejemplo, las Naciones Unidas, quien año con año publica el Índice Global de la Felicidad, cuya encuesta mide la evolución de la felicidad de los ciudadanos de 156 países; utiliza seis factores como el PIB (sí, el PIB), esperanza de vida, la generosidad, apoyo social, libertad y corrupción que se comparan con los de un país imaginario, llamado Dystopia, en el cual vivirán las personas menos felices del mundo. En los últimos resultados de 2019 México ocupa el lugar 23 de 156. Ni tan lejos ni tan cerca de Dystopia.

Nueva Zelanda es otro ejemplo de cómo la felicidad y el bienestar están siendo incorporados a las políticas y prioridades públicas; para ello presentarán su primer presupuesto de "bienestar", que prioriza la mejora en la calidad de vida frente a los indicadores económicos, pero sin pelearse con el crecimiento económico, solo dicen que no es suficiente para mejorar las condiciones de vida, lo que nos debe llamar la atención si lo dice, lo que los especialistas llaman una “estrella de rock” en la economía.

Por ello, si algo falta en estos tiempos es claridad en las ideas, porque el debate no es nuevo, pero no resulta oportuno, sobre todo porque con independencia de las variables que se consideren para medir nuestra felicidad, seguramente, cualquier padre o madre que carezca de empleo, seguridad social, ingreso estable, alimentación básica, acceso a la educación, salud, seguridad o bien, que esta enfermedad le haya quitado a uno o una de las suyas no podrá declararse feliz, no hay forma.

Y la mala noticia es que esto es lo que se avecina, así que por el momento necesitamos más allá de un indicador para medir la felicidad o el bienestar.

Eduardo López Farías es economista, maestro y doctor en Administración Pública, ha realizado dos estudios postdoctorales en España y actualmente se encuentra realizando un tercer postdoctorado.

Twitter: @efarias06