*Yo no quería*. Damián Gutiérrez, a sus 35 años, era un hombre como cualquier otro en una gran ciudad, casado, con dos hijos pequeños, trabajador, responsable y entregado a su familia y a su trabajo, el cual desempeñaba como jefe de una maquina troqueladora en una empresa que se dedicaba a la fabricación de piezas automotrices.

La vida parecía sonreírle desde hacía algunos años y con excepción de la plaga que azotaba al mundo entero, el covid-19, todo seguía bien, al comienzo del “quedate en casa” había tenido que esperar en su hogar por tres meses, sin hacer nada, los dos primeros meses recibió su salario completo, al tercer mes le avisaron que le pagarían solo la mitad mientras durara el confinamiento.

Un mes transcurrió y él tuvo que echar mano de una parte de sus ahorros, afortunadamente le avisaron que ya podía presentarse a laborar, por lo que recibiría su salario de manera normal y completo.

Ese día, Damián salió de su casa hacia las diez de la mañana, era un sábado y ese día no laboraba, llevaba un pantalón de mezclilla y una camiseta de su equipo favorito de futbol, eso sí, llevaba su cubrebocas, se veía común y corriente, lo cual le agradaba ya que no quería llamar la atención de nadie.

Se dirigía al banco ya que no había tenido tiempo de extraer el dinero que necesitaba para los gastos de la semana en su casa, además de otros que tenía que hacer.

Era una actividad que había realizado cientos de veces a lo largo de los años, sobre todo en los últimos meses debido a todo eso de cuidarse para no resultar contagiado, y aunque siempre lo hacía de la misma manera, aquella mañana se sentía especialmente nervioso.

De sobra conocía la inseguridad que reina en las calles, así que con cierto temor caminaba al cajero, era necesario tener ese efectivo y no había otra forma de conseguirlo.

Más trataba de convencerse de que no era por la inseguridad que los nervios lo invadían, trató de encontrar una respuesta a su inquietud, pensó que tal vez no había dormido bien, o tal vez tanto estrés, no sólo en el trabajo, sino en las calles, en el metro, en los diferentes sistemas de transporte.

Lo que fuera, no le gustaba sentirse así, como si algo fuera a suceder, tenía que controlarse como siempre lo había hecho en situaciones apremiantes y tensas, debía dejar que sus instintos trabajaran, mismos instintos que lo habían sacada de muchas dificultades.

Mientras caminaba por la calle volteaba con disimulo para todos lados, por un momento pensó que se estaba volviendo paranoico, que las noticias en los diarios y en la televisión, sobre asaltos y muertos por montones en todas partes, era como para ponerle los pelos de punta a cualquiera.

Llegó a la sucursal bancaria y se sentó a esperar, a metro y medio de las otras personas, por aquello de la “sana distancia”, esperar en el banco, era parte de lo cotidiano, no obstante, sus ojos recorrían el lugar con atención, veía a las personas que estaban a la espera de ser atendidas y las analizaba.

Ya había pensado que, si veía a alguna persona que le resultara rara o sospechosa, no dudaría en levantarse y salirse en busca de otra sucursal, más valía prevenir que lamentar.

Cuando anunciaron su número de turno, se levantó y se dirigió a la caja, entregó su tarjeta de debito y su identificación, le dijo a la cajera la cantidad indicada y esperó a que ella contara el dinero hasta en tres ocasiones antes de entregárselo, lo tomó y sin contarlo, ya lo había hecho a la par de ella, se lo guardó, junto con su tarjeta bancaria y su identificación.

Caminó hacia la puerta con pasos firmes y seguros, salió de la sucursal y se dirigió hacia su casa, de pronto, sus temores se vieron confirmados, una motocicleta en sentido contrario, con dos tipos en ella avanzaban hacia él.

Con todos sus músculos en tensión siguió caminando fingiendo no haberlos visto.

—Dame el dinero que sacaste del banco o aquí te carga la fregada —le dijo el tipo que empuñando una pistola había bajado de la motocicleta y había corrido hacía él.

—No saqué… deposité —dijo Damián con una tranquilidad que a él mismo lo sorprendió.

—No te hagas imbécil… dame el dinero o…

El tipo ya no pudo decir más, Damián se movió con rapidez sujetándole la pistola, lo jaló y le clavó la rodilla entre sus muslos golpeándolo con violencia en sus partes nobles, la mano del tipo se aflojó un poco, la pistola se volteo hacia él y se escuchó un disparo que le pegó en el pecho al momento en el que se doblaba por el golpe recibido.

Damián lo vio caer quedándose con la pistola en la mano, el cómplice que esperaba en la moto al ver a su compañero, buscó entre sus ropas y sacó otra arma, Gutiérrez se dio cuenta de la maniobra y sin esperar, apuntó y jaló el gatillo pegándole justo en el casco y botándolo hacía atrás con violencia.

Volteó para todos lados, sin esperar, comenzó a caminar de prisa al tiempo que se guardaba el arma entre sus ropas, los cuerpos de los asaltantes quedaron sin vida, tendidos en la calle.

Después de avanzar un par de calles y viendo que nadie lo seguía, Damián aminoró sus pasos, sus manos temblaban y todo su cuerpo estaba sudando por la adrenalina descargada.

—Yo no quería hacerlo… esos desgraciados me obligaron… ¡malditos ratas! Al final recibieron lo que se merecían, esperó que no me traiga problemas todo esto… —pensaba Damián caminando hacia su casa sin dejar de observar si lo seguían o si alguien le prestaba atención— En cuanto pueda, me deshago de la pistola…

Lo que muy pocos sabían, era que, Damián había pertenecido a una banda de asaltantes, en su pueblo natal, era bueno para los golpes y por un tiempo fue cruel y despiadado hasta que se casó y formó un hogar, fue entonces cuando decidió retirarse de todo y comenzar a trabajar para el bien de su familia.

Ahora, los años de experiencia le habían servido para evitar que aquellos estúpidos asaltantes no le robaran el dinero que con tanto esfuerzo había ganado.

Al llegar a su casa, su mujer lo roció con aquella mezcla de alcohol y agua que preparaba, su hija menor, corrió y lo abrazó con toda su inocencia al tiempo que le besaba la mejilla.

—¿Todo bien…? —le preguntó su esposa.

—Como siempre… —respondió Damián caminando hacia su dormitorio en donde pensaba guardar el arma hasta que se deshiciera de ella.