opinión

La discusión en torno de la reforma energética, que atañe de manera directa a Pemex y a la CFE, viene acompañada de una fuerte y maniquea carga emocional.

Para unos estas empresas, principalmente la petrolera, encarnan –o casi– a la soberanía mexicana, y para otros el petróleo es una mercancía común y corriente. Hay excesos en ambos lados: si bien Petróleos Mexicanos no representa, en sentido estricto, la soberanía nacional, el petróleo crudo no es una mercancía cualquiera, dado su valor estratégico. También se dice que la afluencia de capital privado a este ramo nos remontará a los cuernos de la luna: que bajarán los precios de las gasolinas y de la electricidad, que la economía crecerá tanto más cuanto y que se creará tal cantidad de empleos que no habrá quién los ocupe: el quimérico Paraíso de los modelos econométricos.

La experiencia con otras privatizaciones (la bancaria, la telefónica, la de TVAzteca, etc.) son un mentís a tales promesas. Los abusos de estas empresas, en particular de las bancarias y la de telefonía, la padecemos todos los días: sus servicios son malos y caros, y han acentuado las debilidades de la economía y la desigualdad. Así que cae por su propio peso la idea de que siempre es mejor la empresa privada. Las paraestatales tampoco son ejemplo: Pemex y CFE están postradas, y la corrupción (no sólo la sindical sino también la de los contratos de servicios) es un lastre y una rémora para el país: el cambio es urgente. Por tanto, las compañías públicas y las privadas pueden ser corruptas e ineficientes: ni mercado ni Estado son infalibles. Ambas dependen del marco legal y de los estímulos institucionales. Así, la pregunta obligada y que falta es: ¿qué hacer para que las empresas sirvan al bien común?

La respuesta es un sólido e imparcial Estado de derecho. Pero si el gobierno no cumple la ley ni la hace cumplir, son dudosas las bondades de la inversión privada en un sector crucial como el petrolero, sobre todo cuando ciertas petroleras son más poderosas que México, y juegan rudo. Según Platform London, dichas empresas usan a sus subsidiarias y a los paraísos fiscales para evadir impuestos. A su vez, la gran banca compra yacimientos para manipular los precios y aumentar sus ganancias, de acuerdo con una queja del Congreso de Estados Unidos al Banco Central (Fed)… ¿Este modelo empresarial es el que guiará a México a la prosperidad? ¿Podrá sujetar a la ley a estos titanes que burlan al mismo gobierno estadunidense? ¿Queremos vulnerar más al país? Las tareas obligadas son forjar un Estado de derecho justo y modernizar a Pemex. Bajo estas premisas sí es procedente la apertura del mercado petrolero.