No es nuevo que la misoginia se disfrace de ideología. Tampoco sorprende que, en la arena política mexicana, el insulto

disfrazado de postura se use como arma para intentar reducir, silenciar o humillar a las mujeres que se atreven a ocupar espacios de poder. Lo que sí resulta alarmante es que esta práctica se normalice, se justifique o incluso se aplauda desde las filas de una llamada “izquierda progresista” que presume abanderar causas sociales mientras permite, sin titubeos, expresiones de violencia política de género como las que hemos presenciado que Gerardo Fernández Noroña receta a Margarita Zavala.

El intercambio reciente no fue un simple debate entre adversarios políticos. Fue una exhibición de poder patriarcal, de ese que se esconde detrás del grito, la burla, el sarcasmo hiriente y la deshumanización del oponente cuando este es una mujer. Noroña no debatió ideas; descalificó maternidades, relaciones conyugales, y usó el apellido del que él llama “marido traidor” como látigo verbal para invalidar la voz de una legisladora. Nada más clásico, nada más violento. Lo personal convertido en arma política, lo íntimo usado como recurso de guerra discursiva.

Que Margarita Zavala provenga de una élite conservadora no la exime ni la blinda del machismo institucionalizado. Lo que enfrentó no fue una crítica a su postura política, sino un ataque a su condición de mujer, madre y esposa. La narrativa fue clara: su valor político depende del hombre con quien se casó, su voz es eco de otro, y su integridad puede ser arrasada por la historia de su cónyuge. No se debatieron iniciativas, se buscó herir en lo más privado, con la saña de quien sabe que la violencia simbólica duele más cuando viene desde el podio.

Pero lo más preocupante no es el grito, sino el aplauso. La cultura política mexicana sigue premiando la virilidad grosera, la desfachatez disfrazada de autenticidad y la violencia verbal como estandarte de “libertad de expresión”. El inombrable Noroña, no fue sancionado por sus dichos. Al contrario, recibió vítores de quienes celebran que “alguien se atreva a decir las cosas como son”, aunque esas “cosas” sean una cadena de agresiones sistemáticas contra las mujeres que participan en la política desde la disidencia ideológica, alguien mucho mejor preparado que un porro que estudió sociología y se encumbró a base de chantajes, ataques y demostraciones, pero al que repentinamente se le adelgazó la piel y ahora todo le afecta y le escandaliza, cuando junto con López Obrador fue el rey de la manifestación, el grito y el plantón.

¿Dónde está la defensa de los derechos políticos de las mujeres cuando se permite que una diputada sea atacada por su rol familiar? ¿Dónde están las leyes de paridad, las reformas de representación, los discursos del 8 de marzo, cuando se calla ante el espectáculo de una mujer a la que el presidente del Senado quiere reducir a la sombra de su esposo, mientras que se autoproclama revolucionario? Lo cierto es que ninguna transformación es verdadera si no conlleva una elemento feminista. Y ningún Estado de derecho se puede sostener si calla ante la violencia de género en su máxima tribuna.

La violencia política no siempre es física, ni siempre viene del poder formal. A veces viene en forma de tuits llenos de veneno, de discursos altisonantes y de risas cómplices que se escuchan en los escaños. Y mientras no se nombre como lo que es —violencia política de género—, seguirá reproduciéndose con impunidad.

A Margarita Zavala se le puede criticar por sus ideas. Eso es sano. Pero nunca por su género, por su maternidad o por la historia de su esposo. Porque cuando un hombre insulta a una mujer en público para deslegitimarla, no solo agrede a una persona: perpetúa una estructura de silenciamiento que ha impedido, por siglos, que las mujeres hablen con voz propia.

Y eso, en cualquier democracia del mundo es inaceptable.
Aquí estamos miles de mujeres para defender a Margarita, ya cierre la boca Senador Noroña.

Alejandra Del Río

@alejandra05 @aledelrio1111

Presidenta de PR Lab México, Catarte y Art Now México, ha escrito columnas sobre política, arte y sociales en muchos de los medios más reconocidos del país, particularmente en el Heraldo de México, El Punto Crítico y en el Digitallpost. Ha participado en numerosos proyectos de radio a lo largo de 20 años, hoy además dirige el podcast Fifty and Fabulous en Spotify.