EL ESTADO Y SUS RAZONES
Pese a lo que pudiera parecer, negar y refutar la realidad, consciente o
inconscientemente, es una práctica recurrente en la conducta humana. Sus orígenes pueden ser variados, desde una patología psiquiátrica hasta una práctica cínica —y hasta sociópata— para tratar de evitar y desvirtuar situaciones particulares con las que existe incomodidad. En los aspectos de la política y las cuestiones relacionadas con temas gubernamentales, la evasión obedece más a la pretensión de crear percepciones que a la afección patológica o, quizá, en algunas ocasiones, es una mezcla de las dos. Al fin y al cabo, es una herramienta de dominación.
Sobre este último punto es importante resaltar que, hoy por hoy el mundo vive una condición paradigmática en lo que refiere a las cuestiones políticas y gubernamentales. Hemos sido testigos de como, paulatinamente, la desilusión se ha apoderado tanto de individuos como de colectividades. El estancamiento social en el orbe es marcado, mientras que el poder económico es concentrado en unas pocas manos. El hambre es un mal que sigue latente, tanto que se ha vuelto una postal permanente en el orbe y, tristemente, ha dejado de ser noticia. Los excesos de la industrialización, el abuso de energías y combustibles, han hecho que los climas se transformen a la par de los ecosistemas, lo que va aniquilando la vida del planeta y se incrementan las enfermedades y muertes producto directo —e indirecto— de la pobreza.
Ante esta catástrofe, la anomia, ese sentimiento de desolación y abandono, crece exponencialmente, lo que ha generado un campo fértil para que las tácticas de dominación mercadológica cobren terreno sobre los conocimientos, principios, ideas e ideales. Así, las sectas y nuevas creencias aparecen en el mundo como alternativas esperanzadoras de mejoría, cuando en realidad son mecanismos de dominación y sometimiento. Como su copia grotesca, aparecen los nuevos populismos que, en una cínica perversión del ideal democrático, se han abierto camino y han alcanzado el poder político.
Como nuevos dioses, exaltan los odios, las diferencias y las condiciones depauperadas en las que viven la mayoría de los seres humanos en el planeta, con el fin de acarrear adeptos a movimientos políticos que, escudados en la exigencia reiterada de justicia, se constituyen en grandes sectas configuradas en torno al culto de la personalidad de líderes carismáticos, con gran ascendencia en los más desolados y desesperanzados.
Los olvidados e ignorados de las sociedades están brindando el poder político de las naciones a megalómanos con aspiraciones dictatoriales, que exaltan los odios y la división social, amen de generar dominación, a modo de oscuros personajes que, durante el siglo XX, mancharon el mundo con sangre de millones de seres humanos, en los extremos de sus fijaciones personales. La perversión del ideal democrático abre peligrosamente las puertas a un sectarismo global que puede traer consecuencias funestas para la humanidad, como producto de esa lastimosa ausencia de esperanza generalizada.
@AndresAguileraM