Entre las diversas distorsiones que han vivido los movimientos políticos en el orbe, se encuentra el concepto de “derechos humanos” que, paulatinamente, no sólo han dejado de ser una bandera justa y necesaria para alcanzar la ansiada equidad, sino que se han transformado en simples recursos retóricos utilizados para arengar y fingir compromisos políticos e ideológicos entre votantes, partidarios y feligreses.

 La prioridad de atención a los derechos humanos son algo más que meros postulados o propuestas “progresistas”, deben ser un compromiso de solidaridad entre las personas que habitamos la Tierra y que aún viven en condiciones de pobreza, sojuzgamiento, sumisión, miedo y hasta de esclavitud.

En estos momentos en los que la democracia pende de un hilo, por la desilusión y desesperanza ante la falta de bienestar, es esencial recordar la valía que cada persona, comunidades y entorno tienen, ya que son el sostén de todo aquello que la humanidad pretenda edificar y forjar para el presente y la posteridad.

Por ello los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA) que derivan, directamente, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que es piedra angular y base de la Organización de Naciones Unidas, cobran especial relevancia para el mundo y la humanidad. Será sólo a través de su garantía plena que la humanidad en su conjunto podrá alcanzar la ansiada equidad y una efectiva libertad.

La materialización de los DESCA debiera ser la agenda principal de las naciones. Su consolidación implica, en si misma, establecer las rutas hacia un bienestar efectivo, donde todas las personas ejerzan su libertad en plenitud, dentro de un marco de equidad e igualdad. Donde la pobreza sea abatida y todos puedan contar con una vivienda digna y asequible; con acceso al agua; con servicios de salud públicos, gratuitos y eficientes; con seguridad social universal y un sistema de pensiones adecuado que permitan retiros dignos y con tranquilidad; con una educación de calidad, que implique la formación integral de las personas; que se les garantice un trabajo legal y justamente remunerado, sustentable y en armonía con el medio ambiente. Sin embargo, esto jamás ha ocurrido con contundencia y, desde hace mucho, los gobernantes dejaron de aparentar que lo hacían. Hoy cínicamente se constriñen a retórica infundada y hueca.

Por desgracia, la falta de eficiencia de los gobiernos y la ausencia de planes a largo plazo, han hecho que el poder público sea un instrumento que, periódicamente, se pasa de grupo en grupo, sin que se generen condiciones permanentes de bienestar. Por ello la exigencia de respeto y protección a los derechos humanos, se ha vuelto el último resquicio donde se puede reivindicar el papel protector y benefactor del Estado.

Hoy el reto es deslindar a los DESCA del discurso y la retórica para materializarlos en hechos concretos y programas específicos y permanentes de Estado, ajenos a los vaivenes electorales, que permitan generar condiciones de bienestar para las personas, para así evitar el incremento del desencanto por la democracia, lo que nos mantiene en las rutas de los autoritarismos populares.

@AndresAguileraM