Yo recuerdo que gran parte de la formación que recibí imperaba, necesariamente el respeto para con los demás. Todos, absolutamente todas las personas debían ser reconocidas y 

 respetadas por el simple hecho de serlo. Por la formación tradicional de la que fui objeto, se me inculcó que jamás debía ejercerse violencia alguna contra nadie, y menos contra una mujer porque era de los actos más despreciables que podían ejecutar. Así se me educó y así me he conducido, por convencimiento y convicción.

Hoy, gracias a la apertura y a la difusión que se logra a través de la tecnología, se ha hecho más evidente un problema que, si bien siempre ha existido, pareciera haberse recrudecido en los últimos tiempos: la violencia contra las mujeres.

En ocasiones anteriores he hecho alusión a las penosas cifras que, día con día, reporta el Sistema Nacional de Seguridad Pública y que, invariablemente indican que, van al alza los delitos relacionados con violencia intrafamiliar y, en particular, contra las mujeres y niñas, lo que hace suponer que difícilmente eso habrá de aminorar.

Y más allá de la numerología que, en muchas ocasiones, llega a insensibilizar, es indispensable generar una gran campaña de destierro y desprecio a cualquier cosa que promueva, invite, discrimine o agreda a las mujeres. Desde prácticas, costumbres y modismos; hasta el desprecio social para quienes sean conocidos por tales circunstancias. Por ello, hoy en los albores de uno de los procesos electorales más complejos de la historia de la democracia mexicana, será indispensable que estemos muy atentos no sólo a las declaraciones de principios y propuestas de las diversas fuerzas políticas sobre el tema, sino también de los perfiles de quienes aspiren a ocupar los cargos de elección popular.

Hoy por hoy, no bastan ni la simpatía popular o el arraigo al territorio que se tenga por tal o cual personaje, es indispensable conocer, además de su trayectoria, su desempeño en diversos ámbitos sociales, pero, sobre todo, la forma en que se ha comportado con las mujeres, sus propuestas y acciones públicas tendientes a prevenir y combatir la violencia y —de ser posible— hasta la vida privada.

En este sentido la fama pública es lo único que puede dar la guía sobre este tema en particular. No puede —ni debe— haber sospecha sobre ninguna de las personas que aspiren a representarnos en los cargos de elección, cuando se trata de temas de violencia de género. Es indispensable que quienes tendrán la responsabilidad pública de crear leyes y ejecutar los actos del gobierno, sean personas plenamente convencidas de la urgencia de combatir este terrible cáncer que tanto corroe la esencia solidaria de la sociedad.

Por ello, ante la sospecha o la acusación penal sobre el actuar indebido y promotor de la violencia —en especial contra la mujer— lo ideal es demostrar, a través del sufragio, el desprecio para todo lo que la simbolice o represente. Es indispensable que ahora, en este proceso electoral, demostremos que la mayoría estamos en contra de quienes denuestan y agreden a la mitad de la humanidad.

@AndresAguileraM