Max Weber explicaba que un líder es una persona cuya función es guiar a otros por un camino determinado, con la intención de alcanzar objetivos específicos o metas compartidas. Su función impera influencia sobre el resto del grupo y su voz no sólo es orientadora, además es determinante con

respecto a las decisiones de las comunidades que dirigen. Si el líder indica que la ruta es hacia la izquierda, el conjunto camina hacia allá; si, por el contrario, pide un giro abrupto a la derecha, todos se detienen para cumplir tal indicación, pues su poder deviene tanto del reconocimiento implícito que la mayoría que la conforman le otorgan, como la cesión que hacen de su libertad para someterse a su orden y obediencia.

En su disertación, Weber precisaba que existían tres tipos de liderazgo. El tradicional, el legal y el carismático. El primero encuentra su origen en la costumbre de un determinado estado en el que se ha ido transmitiendo el poder de forma ordenada, basados en tradiciones; en tanto que el segundo obtiene el liderazgo cumpliendo con los requisitos que tanto la norma fundamental como la legislación secundaria disponen para tales efectos; en tanto que el tercero —el líder carismático— es el que asciende al poder impulsado por un número mayoritario de personas que le atribuyen aptitudes superiores a las del resto de sus integrantes y de quien reconocen empatía con sus condiciones, problemas y circunstancias.

A lo largo de la historia moderna, encontramos un número importante de personajes que han ejercido el poder político sustentados en un liderazgo carismático; sobre todo en últimas fechas, en donde, tras la desilusión por la democracia, han arribado al poder personajes con gran carisma y arraigo popular, gestado desde el rencor, el resentimiento, el odio y el desdoro, lo que se transforma en una empatía contundente, reconocida y cínica en contra de lo establecido, polarizando a la sociedad en posturas irreconciliables, dividiéndolos entre "buenos" y "malos"; "ricos" y "pobres"; "corruptos" y "honrados", con lo que, a su vez, garantizan un ala social copiosa y su legitimidad popular.

Drásticamente un liderazgo legal o tradicional puede asumirse como uno carismático, en el entendido que, al momento de generar empatía con varios sectores de la sociedad, arraigan su postura de dirigente, con lo que tienen la solidez para irrumpir y desobedecer el régimen legal o tradicional que los colocó al frente de las instituciones de un país. Así, un liderazgo carismático, que llegó al poder por una vía legal y legítima, puede llegar a desconocer tanto a las instituciones que lo instauraron en el poder, como al marco legal bajo el cual está obligado a actuar.

De este modo, la empatía y el carisma generan una patente de corso para que el dirigente pueda actuar a su libre albedrío y conciencia, sin que esté sujeto a las trabas del régimen legal. Así es como se gestan las grandes dictaduras de las naciones, basadas en un estruendoso clamor popular y la empatía desmedida, sin considerar que cuando el origen han sido la polarización, la división, el resentimiento y el odio, los resultados suelen ser catastróficos. La historia nos ha dicho que de este modo se consolidan los dictadores y tiranos, que siempre llegan al poder favorecidos por su carisma y empatía, para que ya ensillados se descubran la máscara y aparezca el megalómano ambicioso de poder y dominación.

@AndresAguileraM