Estamos en la segunda semana del recién iniciado año 2022, comenzando con un repunte considerable en contagios por el virus SARS-COV-2, COVID-19. El contagio sigue y

eso obliga a que ciudadanos y gobierno reforcemos medidas preventivas para frenar su expansión. Yo soy de los nuevos contagios por este virus que, innegablemente, llegó para quedarse y para aprender a vivir con él.

En esta lógica —considero— las medidas preventivas que emprendan el gobierno como políticas públicas deben derivar de tres condiciones fundamentales: la información derivada de estudios científicos serios y comprobados; el comportamiento sociológicamente estudiado que propicia las condiciones de riesgo de contagios, y la ejecución de acciones basadas en la información recabada para frenar los contagios.

A la par, las medidas tomadas por las autoridades y el gobierno deben estar respaldadas por un presupuesto completo y necesario para atender la emergencia; que garanticen la atención médica, que realicen campañas de vacunación masiva, que promuevan brigadas de médicos y hospitales móviles para apoyar a la población civil, primeramente, a prevenir contagios y, en segundo término, para atender enfermos y salvar la salud integral de la población . De esta forma, y ​​con medidas generales, se podrá atender de mejor forma la situación anómala de emergencia en la que se encuentra inmerso el mundo.

Sin embargo, vemos con mucha preocupación que en varias latitudes del orbe, el cálculo político, el uso electorero de los enseres de salud, la displicencia y la indolencia se han apoderado de varios mecanismos que, de forma cínica e irresponsable, han desarrollado escasas o nulas acciones gubernamentales para atender la emergencia; se han mantenido incólumes los capítulos presupuestarios y se ha mantenido el gasto ordinario en la operación de las instancias de salud pública, con lo que se deja a la deriva el destino de millones de mexicanos que, por sus condiciones de pobreza y marginación, no pueden acceder incluso a servicios médicos elementales.

La ambición por retener el poder, la tentación del manejo faccioso del gasto gubernamental y por el control de la vida social, hacen que estas situaciones anómalas se perciban como oportunidades para consolidar oligarquías al frente de las instituciones de los Estados Nacionales. La historia da ejemplos claros de situaciones similares, en las que ambiciones megalómanas se han impuesto a la solidaridad humana.

Así, mientras el mundo atraviesa por una de las peores crisis sanitarias de su historia, los gobiernos han realizado lo que, debido a sus condiciones y circunstancias, determinan más conveniente, no sólo para su evolución y desarrollo, sino para la satisfacción de sus propios intereses. Así, las ideologías extremas, la política y los factores reales de poder inciden en las acciones de atención sanitaria, mermándolas y —en ocasiones— hasta hacerlas nulas, dejando a la población indefensa ante un enemigo que cobra terreno a pasos agigantados en la carrera por su expansión y dispersión por el orbe.

Mientras que la política sirva a intereses y no a valores; Mientras que la evidencia y el valor científicos se desestimen por costosas y la ambición se imponga al bienestar general, la atención a la pandemia no será sólo crítica, sino juzgada por los anales de la historia.

@AndresAguileraM