Empezamos el año de forma poco ortodoxa y sumamente complicada. La pandemia por el COVID-19 y sus diversas variantes han hecho que el

número de contagios se extienda de forma exponencial y que varios, que de alguna manera habíamos logrado evitarlo, nos hayamos contagiado.

Cierto: quizá una cepa mucho más benévola pero más contagiosa, reforzado con un esquema de vacunación completo, permite que la convalecencia sea más llevadera, aunque no por ello, menos agobiante por todo lo que ha atravesado el mundo, las personas y las familias, desde hace dos años que inició esta situación anómala mundial.

El estar inmerso en esta situación necesariamente implica una incesante reflexión sobre todo lo que ha traído consigo la diseminación del virus SARS-COV-2 y de las consecuencias para nuestras vidas. Primeramente, pensar en el contagio —cómo, cuando y por qué ocurrió— lo que se puede llegar a transformar en una obsesión insulsa porque, al final, por las condiciones de diseminación que han predominado, el origen difícilmente podrá ser conocido y, de alguna manera, tampoco tiene mucho sentido esforzarse en ello. Otra situación que —al menos en lo personal me ocurrió— fue preocuparme por contactar a todos a quienes pude haber favorecido un contagio, amén de que estuvieran en condiciones de realizar todas las medidas preventivas para que, en caso de contagio, evitar una convalecencia complicada.

Al terminar los procesos internos, personales e introspectivos sobre la situación, procedí —casi inevitablemente— a reflexionar en torno a las acciones gubernamentales, políticas y sociales realizadas para atender la situación anómala y evitar contagios. Con mucha preocupación y tristeza observo que, después de dos años de pandemia, de millones de enfermos, miles de muertes y familias afectadas y trastocadas por esta situación, hemos perdido nuestra empatía, preocupación y sensibilidad con respecto a este problema.

Cierto: al final, existen más conocimiento sobre las afectaciones del virus, a la par de la existencia de una vacuna que si bien no inmuniza, sí nos permite conocer la sintomatología que provoca y, por tanto, atenderla preventivamente para evitar —en la medida de lo posible— la lamentable pérdida de vidas; sin embargo, esta situación se ha transformado en cierta indolencia y desparpajo por parte de muchos.

Por otro lado, resulta igualmente inevitable observar, comparar y criticar el desempeño gubernamental tanto nacional como internacional, con respecto a las medidas adoptadas para evitar los contagios por SARS-COV-2. Lo primero que resalta es que en ninguna nación existe conformidad con la manera en que los gobiernos han atendido la situación porque, al final, contagios, hospitalizaciones y —muy lamentablemente— defunciones, han habido en todo el orbe. Sin embargo, el centro de la crítica generalizada se basa en la falta de acciones reales y eficaces para combatir la proliferación, porque eso la gente lo interpreta como abandono, la crítica lo precisa como indolencia y la historia lo podría llegar a juzgar —por lo menos— como la abdicación a la más fundamental de las obligaciones del Estado: brindar seguridad a los conciudadanos.

La proliferación del virus obliga a extremar cuidados y, al gobierno, a volcar la mayoría de los recursos para salvaguardar a la población y proteger su salud.

@AndresAguileraM