Hace no mucho tiempo volvía ver la que considero la obra maestra del cineasta Oliver Stone “Pelotón” de 1986. Más allá de la narrativa, guion e imágenes que expresan el drama

de los jóvenes estadounidenses que fueron reclutados como soldados en la Guerra de Vietnam, muestran varias realidades que son tocadas de forma coyuntural, como lo es la propaganda, la ideologización de masas y la insensatez gubernamental en el periodo referido, también toca una situación que es imposible soslayar: el drama de la población civil y, en general, de todos los seres humanos que viven en los territorios en disputa.

Mientras veía esa película todo el tiempo predominó en mi mente una frase devastadora: “el infierno es la pérdida de la razón” así es como creo que se sentían quienes estuvieron presentes en ese lugar… La guerra es, precisamente, eso: el infierno. En ellas, independientemente de la época en que hayan tenido lugar, imperan violencia, desorden, ilegalidad e inseguridad permanentes, en donde los seres humanos se tornan en bestias en las que predomina el instinto de supervivencia, la ira, el deseo de dominación y sometimiento entre los seres humanos. La bondad se pierde por completo al tiempo que la desesperanza crece y predomina. La vida carece de valor.

Se pierde la razón por completo e, incluso, se olvidan parentescos, afectos y afinidades. Las ideas e ideales se pierden, así como los principios y entendimientos. En síntesis, las personas que se ven inmersas en una guerra retornan al estado más primitivo de la humanidad, mientras los dirigentes de las naciones observan, desde sus oficinas y bunkers, el desarrollo de las acciones bélicas, mientras ordenan y determinan las acciones a seguir, mandan tropas, armamentos, legiones y, con ello, definen el destino de cientos de miles de personas que se ven inmersas en el terror y obligadas a desplazarse y dejar sus anhelos atrás, con tal de salvar sus vidas e integridad.

Los conflictos e intervenciones armadas implican la presencia e incursión de grupos militarizados que se apoderan de los territorios por los que transitan. De este modo, los ejércitos son instrumentos de conquista y sometimiento y, a pesar de que existen lineamientos y tratados internacionales que regulan las intervenciones armadas y su interacción con la población civil, lo cierto es que al desbordarse la violencia y al utilizar armamento pesado, es casi imposible evitar el uso abusivo de la fuerza y, consecuentemente, de violaciones flagrantes contra los derechos humanos.

En síntesis, la guerra es la antítesis de la gran añoranza humana de paz y libertad. Nadie puede ser libre mientras se encuentra sometido por el miedo que genera por si misma la guerra.

En la actualidad el mundo se encuentra expectante del resultado de la creciente tensión del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania que, conjuntamente con las declaraciones del Presidente Norteamericano Joe Biden, han dejado ver, de forma velada, la posibilidad latente de un conflicto bélico de incursión internacional, en el que millones de seres humanos verán afectada su vida de formas impensadas.

Hoy más que nunca la preocupación por la guerra debe ser un asunto de todos. Más allá de repercusiones políticas y económicas, la seguridad de las personas civiles en el territorio en conflicto debe ser la prioridad.

@AndresAguileraM