Hace un par de semanas, me permití compartirles algunas reflexiones en torno a como percibo que los sistemas democráticos se han ido pervirtiendo en

oligarquías despóticas que, paulatinamente, como producto de la desilusión y la desesperanza, acercan peligrosamente a las naciones a riesgosas tiranías que ponen en vilo las libertades de las personas.

Lejos está de ser un vaticinio que anhele, ni —mucho menos— que desee, pero desgraciadamente la falta de equidad, justicia social y la cínica y rampante corrupción en las instancias gubernamentales que predominan en el mundo, han hecho que la incertidumbre y el desdoro se transformen en una actitud iracunda que, de facto, desdeña las libertades democráticas al tiempo que exigen acciones drásticas que generen equidad impuesta a través de la fuerza del Estado, a modo de revancha ante la enorme brecha en el desarrollo y bienestar de las personas.

Ciertamente la falta de solidaridad y empatía, aunados a los deseos de dominación y control en las sociedades y sus factores reales de poder, han hecho que las divisiones no sólo se acentúen y remarquen, además ha incrementado el malestar entre las personas que conforman los estratos más desestimados y olvidados del desarrollo económico y social democráticos, lo que sirve de base a posturas contestatarias y de cierta forma oportunistas, que encausan el malestar social para apoyar sus ambiciones de poder y control, transformándolos en movimientos políticos que van, desde la conformación de institutos hasta llamados a levantamientos sociales, de naturaleza pacífica y hasta armada.

La ambición por el poder ha demostrado ser una adicción más pujante que cualquier droga que se haya conocido. Los deseos de dominación trazaron las líneas historia, lo que se ha modificado —de forma constante y permanente— han sido los modos y medios utilizados para ello. Desde la violencia física y la dominación por la fuerza, hasta la manipulación mediática que encausa sentimientos a empatizar con la imagen y figura de líderes que esbozan lo que la mayoría desea escuchar: la reivindicación de la justicia, son utilizados de forma indiscriminada y hasta irresponsable.

No es sólo la idea de hacer prevalecer el valor justicia la que mueve a las víctimas de los excesos de la libertad, también es el deseo de venganza que surge del rencor añejado tras décadas y generaciones depauperadas, explotadas y abusadas por quienes se proclaman poderosos que a través de la fuerza, o el imperio económico; es la ira que surge de la impotencia por no poder cambiar la situación que, ante la mínima esperanza, las que se vuelcan a apoyar a quienes se autoerigen como líderes de movimientos de esta naturaleza.

Hoy, el oportunismo por enarbolar estas banderas, plantean como opción —antagónica a la defenestrada democracia— otorgar un poder absoluto a quienes lideran estos movimientos, pues ha sido su habilidad de generar empatía con los defenestrados, la que les ha permitido adueñarse de la ira y el rencor anquilosados durante décadas de desesperanza, abuso y explotación, para ser encausada con el propósito de adueñarse del poder político del Estado para saciar sus propias pretensiones megalómanas de control y poder.

Poco a poco, la libertad está cediendo ante la voluntad absolutista, con la esperanza de justicia y reivindicación. El futuro es incierto y la democracia está perdiendo terreno ante la ambición y la megalomanía.

@AndresAguileraM