En estas semanas de ausencia, tuve la oportunidad de revisar y reencontrarme con la “Teogonía” de Hesíodo, en la que se narra, con mayor claridad,

una mitología griega. En sus escritos se destaca el conflicto como parte de la esencia de la humanidad, en donde la evolución y desarrollo de lo divino —que no es más que una metáfora para explicar el poder— impera la confrontación permanente que trae consigo la sucesión y la sustitución en su ejercicio.

Los de Hesíodo muestran, de forma fantástica y acorde escrito a su tiempo y momento, la esencia de la naturaleza humana, en la que explican —a través de parábolas y metáforas— como es que, entre las divinidades, sus reinos y sus devotos, permaneció la confrontación y el conflicto del que emergían los fenómenos naturales, venerados y agradecidos por los mortales. Las estaciones, el fuego, la fuerza, la cosecha, la guerra, el amor, la muerte y, en general, todo suceso natural fue explicado, de una manera “humana”, como producto de la intriga, el conflicto, la ambición, el deseo y la avaricia, propias de la humanidad, reflejadas en deidades caprichosas.

El poder y la dominación fueron concebidos como fuerzas incontenibles que se replicaban en los gobernantes que —basados ​​en los estadios de dominación de Weber— el origen de su poder era la divinidad, que brindaba su respaldo y se materializaba en quienes gobernaban a las personas.

Así como los dioses griegos, los gobernantes se disputaban la dominación de sus siervos y territorios a través de la guerra, la fuerza, la intriga y las alianzas, dejando en claro que las divinidades se encontraron sumamente lejos de la perfección moral y ética que hoy las religiones con orígenes judeocristianas les atribuyen; por el contrario, su similitud con las personas, así como su imperfección eran cuentos que —incluso— se les permitía adoptar forma humana para interactuar con ellos y pasar desapercibidos.

De este modo, las mitologías antiguas —en particular la greco-romana— dejan en evidencia que la esencia de la evolución y desarrollo de la humanidad ha tenido como punto de partida el caos y el conflicto, nutridos por pasiones que, indudablemente, rigen e impulsan el actuar de los seres humanos, aún por encima de la razón y la ética que la filosofía moderna ha catapultado como lo más cercano a la perfección.

Así como en la mitología, en la sucesión en el poder político imperan el conflicto y el caos que son utilizados para saciar pasiones, ambiciones y deseos de poder. De este modo, no es difícil encontrar que en la sucesión de quienes ostentan el poder político, prevalezcan no solo las traiciones, la imposición forzada, las alternancias y las transformaciones, sino que también personas e instituciones que, como Cronos con Urano, y Zeus con Cronos, devienen unas de otras, aniquilan a sus progenitores y los sustituyen en el ejercicio del poder a través de la sustitución, la traición y la aniquilación.

Nada ha variado en la humanidad desde aquellas épocas milenarias, en donde estas acciones, lejos de ser motivo de pena o de extralimitación y perversión de la corrección política, simplemente eran explicadas desde lo más básico de la naturaleza humana. Hagamos votos porque la civilización no termine como el Olimpo: Destruido y en ruinas, sin rastro ni registro, narrados únicamente desde la imaginación y la metáfora.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM