Durante los últimos días, derivado de los conflictos internacionales que se han suscitado con Estados Unidos y Canadá

con motivo de la presunta controversia y previsible conflicto arbitral que se avecina, las voces tanto del gobierno como de los opositores se apresuraron a esbozar términos como “soberanía”, “defensa del estado nacional”, derecho de México sobre sus recursos naturales y una serie de referencias ideológicas que,- a mi consideración— lamentablemente, ni itrios ni troyanos, comprenden ni asumen en su real proporción.

El nacionalismo no es, como sus detractores lo confunde y califican, como un tema de chauvinismo fascistoide, en donde la irracionalidad se impone ante el deseo ferviente de patriotismo de generar mejores condiciones de vida para los nacionales y, en general, para todo el conjunto de factores que conforman el Estado Mexicano. Por el contrario, tampoco lo es esa actitud populista que califica como “actos nacionalistas” todas aquellas aberraciones ideologizadas y, a veces, sin sentido, que realizan bajo la bandera de una defensa innecesaria e inexistente de lo que es “la propiedad de la nación”.

El verdadero nacionalismo —que en sentido estricto es patriotismo— implica el ejercicio del poder de forma racional y consecuente con las necesidades de la gente y de todo el Estado. 

Es entender que los países se conforman con visiones y posturas disímbolas y que las decisiones deben ajustarse a la búsqueda del bien mayor, alejarse de los fanatismos y propiciar los equilibrios que permitan un desarrollo ordenado de la sociedad, con lo que se pueden atender, de mejor forma, los graves problemas, las verdaderas amenazas que atentan contra la población, sus bienes e intereses. 

Es también comprender el momento histórico mundial en el que se vive, que los proteccionismos utilizados en el pasado ahora son arcaísmos y que se requiere entender el mundo para que las condiciones actuales y su prospectiva sirvan para el bienestar de la gente que conforma el Estado Mexicano.

Por otro lado, los detractores del actual régimen lo acusan de tratar de rescatar un pseudonacionalismo que no se ajusta a la actualidad del mundo, junto con una serie de críticas superficiales, reactivas y —en muchas ocasiones— infundadas y manipuladoras, sin que ello represente una verdadera visión de los graves problemas que enfrenta el Estado Mexicano, por el contrario, denotan ignorancia, aunado a un prejuicio social por los magros resultados generados en el pasado, además de un distanciamiento notorio de la sociedad, que los considera como una oligarquía rapaz, frívola e indolente.

En conclusión, ni quienes ostentan el poder ni quienes se les oponen, podrían ser acusados —ni remotamente— como “nacionalistas” y menos “nacionalistas revolucionarios”, pues evidentemente los motivos que los llevan a detentar y ambicionar el poder están muy alejados de los postulados y objetivos enarbolados por las facciones vencedoras de la Revolución Mexicana que se resumen en un lema vilipendiado y lapidado injustamente: Libertad, Democracia y Justicia Social.

Hoy, y desde hace décadas, este postulado ha quedado como una reminiscencia de lo que alguna vez fuera la máxima aspiración de las y los mexicanos y que hoy es, simplemente, parte de un pasaje triste y deshojado de lo que alguna vez soñamos ser.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM