Desde hace poco más de dos décadas, las cuestiones de inseguridad han inundado los medios noticiosos en nuestro país.

Del 2006 a la fecha, temas vinculados con: tráfico de drogas, secuestros, extorsiones, ejecuciones, conformación de cárteles, disputas de territorios y rutas de trasiego y recientemente el robo de hidrocarburos y las asociaciones criminales creadas para ese efecto, aunado al incremento en los niveles de violencia —tanto pública como doméstica— han incrementado considerablemente el miedo entre la gente. 

Hoy por hoy, la mayoría de las pláticas de sobremesa traen consigo el comentario relacionado con algún hecho violento, que va desde el asalto a algún conocido, la alusión a una nota periodística sobre el encuentro de cuerpos mutilados en algún paraje, camino o puente, el comercio ilegal de gasolina, venta de drogas en las cercanías de barrios otrora familiares e, incluso, la crítica hacia alguno de los capítulos de las narco series del momento. El crimen y la violencia son parte del paisaje social y, desgraciadamente, de la cotidianidad.

Esta situación, que se replica en cada hogar y en cada mesa, —considero— es solo una muestra clara de la dramática situación de terror que padece la mayoría de la ciudadanía, sin distingos de clase o condición, y que se enfatiza más en los principales centros urbanos del país. Es extraña la persona que sale sin temor de sus hogares, pero más lo es quien se diga ajena a esta situación de terror que ha sido provocada, en mucho, tanto por la impunidad rampante como por el cinismo de los delincuentes que, conforme avanza el tiempo, se vuelven más sangrientos y brutales en su actividad.

La capacidad de asombro e indignación se apodera de las conciencias conforme avanza el miedo. La nota roja, que antes llamaba el morbo de las personas por su excepcionalidad, hoy forma la primera línea de los noticieros, diarios y portales, por lo que su proliferación ha hecho que la gente deje de prestarles atención, aunque el inconsciente les mantenga en alerta constante en su entorno, a modo de entes que desarrollan su vida bajo la ley del talión. 

Esta situación —me parece— ha tenido como consecuencia colateral, una forma de deshumanización de la sociedad que se percibe como una condición apática que aumenta proporcionalmente con la proliferación de la violencia, lo que se explica —de alguna manera— como un intento colectivo de abstraerse de su propia realidad para ignorar la condición de sufrimiento y pesar que se padece de forma generalizada. 

De este modo, trato de compartirles una visión de la forma que veo que se está desarrollando la vida de la sociedad ante un ambiente generalizado de criminalidad y violencia. Sinceramente creo que la situación es verdaderamente dramática y explicable ante una realidad dantesca que requiere la atención pronta del gobierno que, como lo he reiterado en diversas colaboraciones, tiene como obligación principal brindarle seguridad a las personas que se encuentran en su territorio. Hoy, desgraciadamente, la indolencia y la complacencia para con el crimen parecieran ser la pauta que dirige su actuar y no la convicción por terminar con este terrible mal que nos embarga a todos.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM