Los términos como “liberales” o “conservadores”; “radicales” o “moderados”, “derecha” o “izquierda”,

se encuentran en la lógica maniquea que se resume en la eterna lucha entre “lo bueno” y “lo malo”, como si solamente hubiera una razón, una verdad y todo aquello que se le contra ponga fuera una mentira, una falsedad y fuera completamente perverso.

Es el lenguaje de la polarización, ese que busca incesantemente la confrontación y la incapacidad de poder encontrar puntos de encuentro para el diálogo y, consecuentemente, el entendimiento, el que se maneja para dividir los deseos de bienestar de una sociedad. Así, el maniqueísmo, que implica extrapolar los puntos extremos de una misma idea sin puntos de encuentro ni de conciliación, se impone como una barrera que divide a la sociedad y la confronta en una lucha que se vislumbra —desde cada extremo— entre “buenos” y “malos”.

Poner a una sociedad en una situación en que sus diferencias se exaltan al grado de polarizarla, implica generar una tensión que puede desembocar en una terrible realidad: la división y la confrontación recalcitrante entre visiones incompatibles. De este modo la sociedad dividida estaría debidamente ubicada en uno de los extremos, de los cuales, quien aspire a detentar el poder político, tendría que ser líder sólo de una fracción social —preferentemente la mayoritaria— que le brinde el poder y la legitimidad necesaria para ejercerlo de forma absoluta. Siempre será más fácil contar con el respaldo y apoyo de una parte debidamente delimitada que de una mayoría con diversidad de visiones y opiniones, pero que se unen en fines y visiones específicas pero comunes.

La narrativa del mundo y la historia de la lucha por el poder ha implicado que, en la mayoría de las naciones del orbe, se optó por el sistema democrático, ya que es el más acorde a la expectativa de justicia por su espíritu equitativo, ya que se basa en la elección y determinación de los dirigentes de las naciones a través del respaldo mayoritario de las personas manifiesto por el sufragio. 

En esta lógica, durante el ejercicio del poder político, debe mantenerse cierto grado de respaldo para que las acciones de gobierno estén debidamente legitimadas. Para ello, la polarización garantiza, en cierta medida, ese respaldo popular. Se tiene certeza de que fracción apoya, de forma incondicional, todo aquello que se realice, por más pernicioso, obtuso o irracional que pudiere parecer, se justificaría siempre sólo desde la óptica de sus seguidores, en tanto que el menosprecio y la inconformidad se ejercería sólo del lado contrario, de ese al que —como dijera el clásico— “ni se les ve, ni se les oye”.

Así, la polarización es el mecanismo idóneo de las dictaduras para preservarse al frente de las instituciones públicas y, consecuentemente, detentar el poder por más tiempo del que establecen las leyes. Así, las ideas facciosas y, de alguna manera, chauvinistas se perpetúan en el tiempo evitando la evolución y el desarrollo progresivo, que no es otra cosa que la consolidación de un conservadurismo rancio, en el que una facción conserva poder, estatus y privilegios, a costa del bienestar general.

Andrés A. Aguilera Martínez

@AndresAguileraM