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 El miércoles de la semana pasada se conmemoró el 45 aniversario de la matanza de Tlaltelolco. Con sendas marchas, aquellos quienes encabezaron el movimiento estudiantil en aquel emblemático 1968 realizaron una marcha para recordar aquellos lamentables sucesos que sirvieron de parte aguas para iniciar la transformación de las instituciones políticas del país.

Tras 45 años –y aunque le pese a los promotores del odio– nuestro país dista mucho de la rigidez de un sistema monolítico, notablemente antidemocrático y controlador como el que predominaba en aquellos tiempos de México.

Hoy las condiciones políticas son absolutamente distintas. Para bien –o para mal– vivimos en un sistema electoral con partidos políticos diversos, que es evidentemente perfectible, pero que implica una posibilidad permanente de cambio. Contamos con libertad de expresión, no como una graciosa concesión del poder, sino como un derecho ganado, ejercido y auspiciado por ese universo paralelo llamado internet.

Hoy la información fluye con tanta rapidez que difícilmente puede ser censurada con eficacia y contundencia por el Estado. Contamos con una división de poderes más marcada que en aquellos años, en donde la palabra del Ejecutivo era un mandato indiscutible y que sometía independencias y autonomías.

Por desgracia, ante este panorama las marchas y mítines, otrora foros populares, motores de expresión y mecanismos de presión de la oposición, hoy se han vuelto cargas insufribles para la ciudadanía, al tiempo que el fantasma del miedo se hace presente gracias grupos notoriamente violentos que se posesionan de estos eventos para delinquir.

Así escudados por una “pseudo ideología anárquica” hordas antisociales realizan destrozos y dañan la propiedad pública y privada, manifestándose cual grupo terrorista, infundiendo miedos a través de panfletos y comunicados difundidos a través del ciberespacio.

Hoy la memoria del 2 de octubre se deja de lado, pues el recuerdo de esa lucha –idealista e idealizada– se opaca ante la presencia de desmanes reiterados, que es utilizado como pretexto para que delincuentes esbozados realicen desmanes y puedan ser investidos de impunidad al autodenominarse como “presos políticos”, cuando todos observamos que su actuar dista mucho de serlos.

Por ello es importante que el gobierno –en todos sus órdenes– tomen medidas para evitar que estos actos se pluralicen y sirvan como una forma de censura. Actúen con toda la fuerza de la ley en contra de quienes realicen actos delictivos, y se tomen como agravantes realizarlos durante una manifestación pública, pacífica y ordenada. ¡Ya basta de solapar vándalos que se ocultan tras el manto de la libertad de expresión!

@AndresAguileraM