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Decía Nicolás Maquiavelo que el soberano debe ser temido más que amado, porque “los hombres ofenden antes al que aman que al que temen”. Nada más cierta que esta afirmación pues denota, inequívocamente, un conocimiento exacto de la naturaleza humana. Pese a estos estudios y señalamientos de política y teoría del Estado, muchos gobernantes hoy han tomado como

premisa buscar la aprobación popular mediante el “aplauso fácil” antes que hacer acciones concretas de gobierno. Hoy, más que nunca, pareciera que se ha extendido una epidemia de búsqueda de aprobación, revestida de irresponsabilidad: el amor del pueblo a cambio de “pan y circo”.

La función de gobierno es más que un concurso de popularidad, es un compromiso por servir a los demás, en el entendido que no todo lo que se lleve a cabo habrán de ser “obras de relumbrón” o develación de “monumentos faraónicos”. Implica tomar acciones y decisiones que habrán de repercutir en la población y que –necesariamente– le habrán de afectar en su modo de vida y en su patrimonio y, aún y cuando se tenga como objetivo el bien público, su realización resulta impopular. Gobernar implica arriesgarse para cumplir con proyectos y propósitos de beneficio común.

Quien gobierna debe estar consciente que no ocupa la cartera pública para “quedar bien con todo el mundo”, ni obtener “notoriedad hollywoodense”, sino para ejercer el poder dentro de un proyecto político determinado, en busca de objetivos concretos basados en una ideología determinada, que no necesariamente es compartida por todos los que formamos la colectividad. Por ello es que la crítica puede ser constructiva y debe ser asumida con responsabilidad, objetividad y madurez, pues, en muchas ocasiones, es útil para retomar la ruta que pudiera perderse en la oleada de conflictos. En esta lógica, el gobernante que vive preocupado por la crítica, está esclavizado a la visión e intereses de otros, lo que verdaderamente se vuelve un obstáculo para el progreso y el desarrollo. Por ello, es extraño que hoy los gobernantes se preocupen más por evitar la crítica que entenderla, asumirla y resolver aquellos problemas que se generen, mas no buscar evitarlas pues la única forma de hacerlo es mantenerse inmóvil, escondido en las sombras del ostracismo y la mediocridad.

Hoy por hoy, los gobernantes deben retomar el rumbo de la responsabilidad política; dejar atrás los temores y enfrentarse a los avatares propios de la función pública. Es la única forma en la que se podrá retomar el camino de una gobernanza sana en la que el poder sirva más allá de satisfacer placeres frívolos y caprichos golondrinos.

@AndresAguileraM