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La presencia de los “anarkos” en la Ciudad de México se hace patente en cada fecha conmemorativa; en cada marcha, se dedican a hacer destrozos a los comercios, a los transeúntes y a los policías, so pretexto de estar en “contra del gobierno y de cualquier tipo de autoridad”.

Se dicen llamar “anarquistas” porque, a dicho suyo, siguen fehacientemente los postulados de una teoría filosófico-política que promueve la eliminación de las estructuras de poder y dominación, para dar paso al autogobierno, al sometimiento de las pasiones y egoísmos en pro del bien supremo de la colectividad. Para su desgracia, sus dichos y hechos distan mucho de ser así. Sus pasiones y deseos por destruir, atacar, mutilar y humillar no paran. Por el contrario, su belicosidad se ha ido incrementando con el paso del tiempo. Son absoluta y cínicamente violentos y, lo peor, sin que exista una causa ideológica verdadera para justificar su actuar. Son –como se dijera en otros tiempos– grupos “porriles” auspiciados desde el poder; piezas dispensables en un juego perverso por someter a las estructuras de gobierno a intereses particulares o de grupo.

La creación de este tipo de grupos no es nueva en nuestro país. Así existían radicales anticlericales que, disfrazados con camisas rojas, golpeaban feligreses y agredían a todo aquel que públicamente profesaba la religión católica. De igual manera existieron grupos que, auspiciados desde lo más extremo de los reaccionarios, eran patrocinados para realizar actos de terror en contra de las instituciones progresistas y atentatorias contra el status quo y los privilegios de clase.

Del mismo modo, estos muchachos habían realizado un acuerdo –no escrito– con las estructuras de gobierno, en el que se buscaron los mecanismos para liberar a los vándalos detenidos y procesados, desde los enfrentamientos del 1º de diciembre de 2012 y los subsecuentes, a cambio de evitar más enfrentamientos y actos violentos. Tan cumplió el gobierno que, incluso, se derogó el tipo penal de “ataques a la paz” pública, con lo que se liberó a la mayoría de los detenidos y, dicho sea de paso, sólo se quedaron presos los reincidentes y aquellos que cometieron delitos graves. Además de ello, se mantuvieron mesas de diálogo y entendimiento.

Los “anarkos” no cumplieron. Continuaron con su actitud beligerante, misma que se vio reflejada en los actos vandálicos de la marcha del 10 de junio y que orilló a la detención de otros integrantes de esta banda urbana. Como respuesta, estos increparon al Jefe de Gobierno a quien acusaron de represor cuando, innegablemente, la presente administración ha mantenido y procurado los espacios de diálogo que este grupo ha solicitado. Lástima, muestran una vez más que son grupos de vándalos, sin fondo ideológico ni palabra política.

@AndresAguileraM