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Durante los últimos momentos futbolísticos que vivió nuestra selección, se desató una fuerte polémica en torno a la nueva porra que ha causado conmoción en los estadios. “Eeeeeeeehhhhhhhh ¡Puto!” gritaba la porra mexicana cada vez que los porteros rivales despejaban en un saque de meta, lo que provocó la amenaza de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) de sancionar a la Federación Mexicana de Fútbol (FEMEXFUT) por el comportamiento inadecuado de la porra que actuó de forma

discriminatoria. Ante ello, la crítica no se hizo esperar. Muchas voces acusaron de “exagerados” los reclamos de la FIFA, pues la connotación de la palabra no es, necesariamente, de naturaleza despectiva u homofóbica, pues es parte del llamado “folklor mexicano”.

El debate se dio entre los defensores a ultranza de derechos humanos y quienes defendieron el derecho a la “libertad de expresión” de las porras en los partidos. Todo una cascada de justificaciones y descalificaciones que atiborraron las redes sociales con el tema durante más de dos semanas. Tirios y troyanos esgrimieron argumentos a favor y en contra de ambas posturas, sin que nadie –o casi nadie– se preocupara por el origen real del problema: la escalada de violencia.

La violencia verbal se ha vuelto un hecho cotidiano de nuestra vida. Hoy a nadie le es ajeno el uso de palabras altisonantes que, en otros tiempos, representaban graves ofensas al honor y a la vida de las personas. Indiscutiblemente esas palabras fueron creadas como agresiones y provocaciones, aún y cuando hoy las consideremos como inofensivas y parte “natural” de la vida de la sociedad mexicana.

Lo lamentable no es que ocurran este tipo de expresiones, lo patético es que este problema implica una falta de conciencia sobre la situación de violencia que vivimos de forma cotidiana. Ahora que vemos el tema en un foro internacional es que pretendemos reaccionar e indignarnos por el actuar de nuestros compatriotas en el extranjero, cuando el problema real es que hemos adoptado la violencia como parte de nuestra cotidianeidad.

Indiscutible –y quizá– inconscientemente hemos contribuido al clima que hoy predomina en nuestro país, pues hemos tolerado conductas violentas que consideramos, irresponsablemente, como parte del folklor nacional. Sin embargo, en vez de indignarnos por las “porras” de nuestros compatriotas, debiéramos poner más atención en nuestro actuar cotidiano y tratar de evitar las actitudes que violentan el desarrollo social.

@AndresAguileraM