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Todo cambio en las bases y en la estructura de un Estado supone el movimiento de uno o varios estratos sociales, políticos o económicos que lo conforman;  la experiencia y la historia han dictado en todas las latitudes del orbe que este reacomodo  no siempre habrá de satisfacer las exigencias o, en sentido estricto,  los intereses de cada coto de poder que integra el mosaico

social actual y, en nuestra realidad, el panorama no tiene por qué ser diferente.

Para finales de 2012 en México,  se anunciaban una serie de reformas estructurales que dos años después se volverían realidad (en la primera mitad de 2014). El halo transformador de las mismas alcanzaría entonces sectores que hasta esos días se habían mantenido excluidos, inamovibles, o jamás tocados por alguna decisión de Gobierno; sin duda, era el temor por modificar lo hasta ahora conocido, por atreverse a causar molestia en aquellos titanes tan cómodamente instalados a través de las décadas en nuestra realidad, y en nuestras vida, el factor que mantenía las cosas en una misma dirección.

 Sin embargo, la respuesta era precisamente esa, atreverse a modificar, apostar por el cambio verdadero y dejar de lado la complicidad que por años mantuvo a este país inmóvil. Con este blasón, el Gobierno que encabeza el presidente Enrique Peña Nieto comenzó su administración. Al día de hoy, no debe ser extraño ver asociaciones de maestros (CNTE) en abierta manifestación, que dicho sea de paso, es un derecho que protege y resguarda el Estado, por la afectación que sus intereses han sufrido. También al día de hoy, quienes más tienen  han comenzado a pagar más y las monstruosas empresas de telecomunicaciones han cedido especio a una competencia más pareja.

Para su segundo informe de Gobierno, el titular del Ejecutivo mexicano llegó con 11 reformas constitucionales aprobadas, y con la pugna que significa pagar el precio por las mismas. Pero no por ello se debe dejar de reconocer el inmenso propósito vertido en cada una de ellas y que va guido por una sola palabra: “Cambio”, efectivamente cada una de estas reformas aprobadas significa una trasformación de fondo verdadera y palpable al afectar las estructuras primigenias de la Nación.

En los últimos meses, México se ha visto nuevamente obligado a contraerse y reformarse. El tema esta vez es la seguridad del Estado, aspecto que nos ha hecho resaltar a nivel internacional. Al respecto, hace unos días el presidente Peña Nieto anunció otra serie de reformas en pro de salvaguardar el Estado de derecho y la seguridad del ciudadano mexicano. Este decálogo de medidas ya se discute en el Congreso de la Unión y pronto verá la luz que necesita para regir y cumplir su cometido. Sin embargo, habrá también de pasar por el camino del escrutinio público, de la crítica abierta, de la denostación, de las acciones que lancen en su contra los grupos que esta vez lacera. Con todo esto, pronto pasaran por ese recorrido sinuoso que conlleva cada reforma en nuestro país, para finalmente consolidarse y volverse parte de nuestro vivir, otorgando solución a un problema.