La subordinación de los contrapoderes a la voluntad del ejecutivo, el desmantelamiento progresivo de las instituciones democráticas, la desacreditación reiterada de los órganos electorales, la exigencia en todo subordinado de un sometimiento ciego que extingue la autocrítica y nulifica los contrapesos, la inclusión en listas negras de la prensa opositora y la andanada
indiferenciada de descalificaciones que la señalan como una pieza al servicio de la corrupción, son solo algunos de los argumentos con que el Financial Times, uno de los diarios más prestigiados del orbe, posiciona al habitante de Palacio Nacional como el nuevo dictador de América Latina. En una reacción inusualmente rápida y airada que, dicho sea de paso, no tuvo lugar ante las esterilizaciones forzadas de mujeres migrantes mexicanas en EE.UU., la Secretaria de Relaciones Exteriores encabezada por Marcelo Ebrard, rechazó categóricamente (con la misma tónica maniquea del discurso presidencial), los señalamientos hechos por el rotativo británico, argumentando que la actual administración intenta sólo "empoderar a la gente" pues "confía en la voluntad del pueblo". Señaló de igual manera que la "iniciativa del presidente" (que no de la ciudadanía, agregaría) para enjuiciar a los cinco presidentes anteriores, "no pretende reemplazar una investigación adecuada ni juicios justos" ("excusatio non petita, accusatio manifesta", o lo que es lo mismo, quien se excusa, se acusa).
 
Cabe preguntarse en este punto si existen razones, como lo señala puntualmente la columna, para “sentir miedo” y hacer “sonar las alarmas” ante lo que califica como un “retorno a un pasado más pobre, oscuro y represivo habitado por caudillos autoritarios que la región esperaba haber dejado atrás”, y si la categorización de nuestro gobierno como una nueva dictadura de corte populista es tan solo un sesgo ideológico relacionado con la línea editorial del periódico, o si recoge señales objetivas y demostrables que justifiquen su apreciación.
 
Aunque las dictaduras pueden tener un sustrato militar, partidista, populista, nacionalista, o de cualquier otro tipo en el amplio espectro de las formas de dominación, ostentan como rasgo común la transgresión, o al menos la modificación a modo, de la vida institucional democrática. Las otrora sangrientas y apabullantes dictaduras plagadas de represión, crímenes violentos, adoctrinamiento masivo y represivo, fraudes electorales descarados u organismos de persecución masiva, han cedido el paso a las nuevas variantes del autoritarismo, que mantienen una adhesión aparente a los principios democráticos liberales. Se trata en realidad de una mascarada democrática que sujeta la mecánica institucional a la voluntad omnisciente de un líder quien, en el caso de los populismos latinoamericanos, se erige como el representante supremo de la voluntad del pueblo, con el que crea lazos de dependencia a través de subsidios o de vínculos identitarios y emocionales, que afianza con su narrativa demagógica de reivindicación social y participación popular. El odio clasista, los rezagos sociales e incluso los viejos resabios históricos, son empleados para fomentar en el imaginario popular una confrontación bipolar irresoluble entre el "pueblo bueno y su salvador" y las "fuerzas corruptas que, encarnadas en cualquier forma de oposición, obstaculizan el bienestar de los marginados". Así, bajo este arreglo antitético, la corrupción es siempre exclusividad del "otro", lo que permite su combate selectivo y su descarada tolerancia al interior del gobierno (si supone Usted que aludo a los Bartlett, al hermano del presidente, a los Ackerman, a cuñadas en Macuspana y a un largo etcétera, está en lo cierto).  Por su parte, la pluralidad partidista es tan solo un espejismo, pues la aprobación de nuevas fuerzas políticas y la igualdad en la contienda democrática serán privilegio exclusivo de las fuerzas afines y de los incondicionales del poder. De ahí la negativa a otorgar el registro a México Libre de Calderón y Zavala, y la reciente aprobación por parte del TEPJF de "nuevos" partidos satélites de Morena: Redes sociales progresistas, ligada al yerno de Elba Esther Gordillo, quien ha declarado en forma reiterada su apoyo al proyecto presidencial, Partido Encuentro Solidario, que anticipó su alianza con Morena, y Fuerza Social por México ligada a Pedro Haces, suplente del senador por Morena Germán Martínez. Bajo tales estrategias, el sometimiento absoluto de los poderes alternos es cuestión de tiempo: La voluntad legislativa y judicial puesta al servicio de los caprichos del ejecutivo y el apoyo irrestricto de las masas, vulnerables a la coacción de la dádiva y a los mecanismos de control emocional, que mediante un bombardeo mediático y discursivo (mañanera tras mañanera) aprovechan los rezagos culturales, los reclamos sociales y los agravios ancestrales para enquistar en el imaginario colectivo la figura del líder como la única posibilidad de resarcimiento y salvación, terminará generando la dictadura perfecta, redonda y resistente a la extinción que denunció, desde el otro lado del Atlántico, el Financial Times. La infiltración de organismos autónomos, la desaparición de cualquier instrumento de intermediación entre el pueblo y su Mesías, la extinción de fideicomisos, aeropuertos, consorcios empresariales o de cualquier otra cosa que se oponga al capricho incuestionable del nuevo dictador, serán la marca cotidiana del quehacer gubernamental (las alusiones no son mera coincidencia).
 
Tristemente, la puerta falsa que representa la autoproclamada cuarta transformación fue revelada sin cortapisas por Yeidckol Polevnsky, una de sus más fervorosas militantes, durante una entrevista: "El problema que habría que entender es que, cuando sacas a la gente de la pobreza y llega a la clase media, se les olvida de donde vienen, porque la gente piensa como vive, entonces cuando llegan a ser clase media se les olvida de donde vienen y quien los sacó".
 
Así, la anunciada transformación no supone ese salto hacia adelante en el que las clases abandonadas y desprotegidas de nuestra amada Nación, superan su condición de pobreza para gozar de un mayor grado de bienestar y riqueza; se trata de una trampa perversa que exige para su funcionamiento la perpetuación de los rezagos sociales y de las desigualdades de clase como el escenario indispensable para la manipulación, la dádiva ventajosa, la coacción del voto y la incondicionalidad partidaria mediante vínculos de dependencia y de chantaje político.
 
Saludos al Financial Times
 
Dr. Javier González Maciel
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