El ahora diputado Porfirio Muñoz Ledo tiene ganado el estatus de estadista. Sin duda,
una persona sabia en los asuntos del Estado. Político inteligente, como pocos en México.
No es perfecto, es humano, se ha equivocado y se equivoca, pero es indiscutible que propios y extraños le reconocen su sabiduría, su trayectoria, su paso por las dirigencias de varios partidos, su carrera diplomática, su desempeño en la administración pública como secretario del Trabajo y de Educación, y su actuación como legislador.
Ahí está en el registro de la historia lo que ha hecho como diputado y senador. Se atrevió a solicitar el uso de la palabra en el último informe del presidente Miguel de la Madrid Hurtado para cuestionarlo sobre las elecciones de 1988.  No le dieron la palabra, porque la sesión era solemne y solo para escuchar el informe. Lo que consiguió Porfirio fue impulsar un cambio en las formas, en la relación entre el grupo en el poder y la oposición.
En 1997, como oposición, le tocó responder el informe del presidente Ernesto Zedillo. Su discurso resaltó el respeto a la disidencia, a las minorías, la importancia de la pluralidad, la democracia y el acatamiento de la ley.
Como senador, él solo se bastaba para poner en jaque a los senadores de la mayoría priísta.
Ahora, de nuevo como diputado, integrante de la mayoría Morena, electo presidente de la mesa directiva, le tocó entregarle la banda presidencial a Andrés Manuel López Obrador.
Tiene bien ganada la etiqueta de estadista. La puede manchar si insiste en reelegirse como presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, ignorando acuerdos y la ley orgánica del Congreso que señalan que la presidencia es rotatoria y le toca a la segunda fuerza política, al PAN.
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@zarateaz1