Austera, sin lujos. No es dueña de mansiones ni tiene colección de automóviles; tampoco joyas costosas forman parte de su vestimenta. No es millonaria. Lejos de vivir

en la opulencia. Es sencilla, modesta, ubicada en la medianía.
Desde que empezó su movimiento hasta la fecha, se ha caracterizado por su congruencia, no ha dado bandazos; no ha saltado de la izquierda a la derecha ni a ninguna otra corriente política alejada de su pensamiento. Ha puesto por delante los valores: justicia, verdad y libre expresión de las ideas.
Es franca y directa, de una pieza. Se ha ganado a pulso el reconocimiento de propios y extraños.
Caminó y protestó junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier el resultado de las elecciones de 1988.
Ha sufrido y llorado, porque no puede ser de otra cuando un hijo ha sido desaparecido.
Nadie recuerda haberla visto soltar una carcajada; sonreír, pocas veces.
Apasionada y emotiva, incansable. Su huella en la historia de México ya es imborrable, respetable.
Por eso, la decisión del Senado de la República para otorgar a Rosario Ibarra de Piedra, de 92 años de edad, la medalla Belisario Domínguez, la más alta distinción que entrega esta cámara legislativa.
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@zarateaz1