Ya no sólo son sus eternos críticos, la oposición y los medios de comunicación que siempre le han puesto reflectores y

 dedos en la llaga, ahora se trata de sus allegados, los fieles, los apóstoles de la 4T.
Ya no ven con fe lo que su líder dice y hace, son susurros que denotan extrañeza, molestia, desconcierto. Comienzan a brotar comentarios que hacen referencia de lo rápido que se está acabando este gobierno, de los errores acumulados y no tratados a tiempo debido a la arrogancia del presidente.
La línea del tiempo inicia con Texcoco y la cancelación del nuevo aeropuerto, los corruptos que estarían metidos en el negocio no aparecen, y aunque tengan en la mira la cabeza de Gerardo Ruiz Esparza, extitular de la SCT, no será suficiente para explicar, ahora sí, el por qué se detuvo dicha obra, viene después lo de Dos Bocas, un ente que aún sin nacer ya se inunda, mudanzas de Secretarías de Estado al interior del país, combate al huachicol sin que el precio de la gasolina baje, y peor, con pérdidas de Pemex; combate al tráfico de medicamentos que han generado una crisis entre los pacientes, sobre todo con los pequeños que tienen cáncer, los cercanos a AMLO y el resto de su administración no han podido explicar el qué demonios se intenta hacer con las finanzas, el Presidente y sus especialistas se han dedicado a enviar señales que intensifican la ansiedad, el estrés, la urticaria entre las fibras más sensibles de la economía mexicana.
Hasta romo, su jefe de oficina de la presidencia le ha pedido, con datos en la mano, de que deje este terrorismo fiscal y que defina una ruta de trabajo que genere certidumbre a los inversionistas, a los empresarios, pero AMLO no los ve ni los oye, instalado, lo sabemos de buena fuente, en una preocupante paranoia en la cual se ve, se siente víctima de todo tipo de complots, de imaginarios golpes de estado, ve en cada reportero a un agente encubierto de la mafia del poder o de la prensa fifí, ahogado en ese mal que ataca a prácticamente todos los presidentes, el autismo, el escucharse solo a sí mismo, pero con el detalle de eso ocurre pasando la segunda mitad del sexenio, a él le atacó muy temprano esta enfermedad y está contagiando a más de uno.
No se necesita tener el ojo entrenado para mirar los detalles de toda la trama de Culiacán, los tropiezos, dislates y enojo, mucho enojo, se convirtieron en los invitados de las mañaneras, vino después el choque entre la voz de uno de los generales con mayor peso y el disgusto del Presidente, quien volvió a insistir en ver la sombra del chacal Victoriano Huerta, detrás del uniforme de los hombres y mujeres mas leales de todo México, en el paroxismo de las tragedias toca la puerta el crimen cometido en contra de la familia Lebarón, la consolidación de que este Estado ya falló y la redirección de los misiles de Washington para advertirnos que tienen el dedo sobre el botón y que harán lo que sea para aplacar a los monstruos que aquí hemos creado. Demasiado rápido para AMLO, demasiado frenético este tramo del camino, pero parece que él es el único en no darse cuenta de que la noche más oscura se posó sobre su cabeza, una situación que bien podría salvarse si él decidiera, de la manera más leal y sabia reencausar sus baterías y discurso con un sentido mucho más humilde, reconciliatorio. Más de un México le tendería la mano, se sumaría a el rescate de esta nación, lamentablemente él insiste en ver espectros que habrán de traicionarlo. Que la serenidad llegue a él y a los suyos, ese es uno de los comentarios más recurrentes que se escuchan entre sus allegados.