¿Por qué nos duele tanto lo que sucedió en la línea 12? Dejemos la galería de personajes siniestros que se escurren en una macabra danza de cobardes y asomemos la vista a esta herida que enlutece al país, ¿por qué se entristecen los párpados ante la estampa de los vagones rotos llevando en su panza
muertos y heridos?, quiebra en espíritu saber que no debían morir, que la miseria humana volvió a tejer esta historia sombría. 
El metro de la línea que sea es una extensión del ser nacional, no solo es un transporte sino lo que se creía como un área de seguridad para que la salida y la llegada fuese completada para miles de viajantes, lo más álgido era un retraso o una inundación pero nunca la garantía de que sería una ruta para morir. Todos somos o hemos sido pasajeros e imaginar que de pronto ese gran gusano naranja se convierte en la tumba es doloroso, absurdo si nos acercamos al mexicanismo guion del “se los advertimos". 
 
El metro es la caja más democrática de esta nación, virtuosa de poseer el espacio para cualquiera, funcional, a ratos dramática, muy nuestra y no es patente chilanga el metro es netamente nacional. No entenderlo es ser ajeno a ese ritual en el que se hunden millones de viajantes, por eso duele lo que a 26 mexicanos les ocurrió, que más de 70 de ellos sufren en carne propia el más grosero de los olvidos. 
 
Todos íbamos en ese tren, a todos nos encuera el alma aceptar que la tragedia de la línea 12 nos pinta de cuerpo entero, como un país que no deja de alimentar a la muerte cortesía de devoradores del poder y de dinero. 
Estas son heridas que tardan mucho en sanar, no se curan con tres días de luto o bajo la cínica apuesta de que pronto se olvidará, se acabó la agenda de los poderosos, lo único que se respira es un aire espeso, fétido, anunciando que algo se pudrió, algo de nosotros ya murió. 
La muerte en el metro nos ha arrebatado los últimos rasgos de inocencia, ya cualquier cosa puede ocurrir eso es lo que duele.