Vivir en la Costa de Oaxaca es como vivir en un mundo mágico, donde la música, los rumores, los amores, la comida, las historias, forman a los hombres y les calan

los huesos y el corazón, esto, sin duda le ha pasado a Rafael López Jiménez, un economista egresado de la Escuela Superior de Economía del IPN, quién jamás ha perdido ni sus alas de libertad ni sus raíces profundas que entran en las entrañas de su pueblo, así, me envió el libro: DON MARCELO DE IXCAPA, sin duda, nos remueve los recuerdos con esas venas que corren en la sangre de los mexicanos que van ligando a los pueblos mágicos de fuerte raíz indígena, vemos la muerte y la vida caminar en los mismos sitios y, los tonales y naguales estar atentos a los pensamientos y los tiempos, así nos dice: “Cien vueltas alrededor del Sol no las aguanta cualquier mortal.
Don Marcelo sí. Vivió de 1915 a 2015.
Y el mérito no sería tanto si no fuera como decía el escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa: la primera batalla que ganan los oaxaqueños es contra la muerte.
Por algo decía mi papá que la muerte es parte de la vida….”
Y ahí va uno en los sueños y la magia, el color y los sabores, los olores y las vivencias que tanto dejan en el corazón de todos aquellos que sentimos nostalgia por esos tiempos y esos rumbos. Los arboles de Pochot, el pochote, la magia de muchos sitios y los cantos y sombras que juntaron besos y juegos y promesas al centro de las poblaciones y, su terminación de vida en el tiempo a pesar de ser magia pura y calara como un árbol de magia y de respeto, así cambian las cosas al paso del tiempo, no sabemos si es para el bien o para el mal, pero, sin duda, dejan muchos pero muchos buenos y malos recuerdos y llegan los caminos de mano y las carreteras y los carros y cambian los modos y se enteran de muchas cosas de sitios lejanos, costumbres y tratos van siendo distintos, la ropa cambia y los huaraches y la música son diferentes y, entran nuevas notas y ritmos y gustos y el radio, cargado en el hombro del que va dejando sus notas en las calles, mostrando que tiene y que ya no necesita esperar para escuchar lo que él quiere para alegrarse o llorar, así como llegan los caminos salen los mejores y, muchos, jamás vuelven a sus lares, como que el destino los manda y los pierde en otros sitios, con otros gustos y, muchos, hasta reniegan de su origen y se apenan de sus miserias y llantos, pero ahí está la realidad, de esa no se puede uno deshacer con facilidad, se pega en la espalda y marca como hierro en muchos cuerpos que le reniegan a la vida o quieren escapar de la muerte.
Y cómo no esperar las notas y los cantos en la costa, si de ahí surge Álvaro Carrillo, y ahí está en uno de esos pueblos su madre que le cría y le da su amor incondicional a ese cantor tan singular que, al poco tiempo, en vez de ser agrónomo es casi un ángel en el cielo de los músicos y cantores, cada sitio hace crecer a sus hombres o mujeres y les brinda la magia para la creación, por ello, los cantores del pueblo siempre se recuerdan, porque salen de sus entrañas y sus penas y tristezas y les dan calma y suspiro, la oportunidad de una vez más, para no perder ni el amor ni la vida. Por medio del canto, muchos, dejan sus recuerdos, como en los corridos, donde se marca en pocos cantos la vida de cada uno, las tragedias, las victorias o los sufrimientos y la muerte, esa, siempre está presente en todos lados donde hay vida, es lo real y a donde todos terminamos.
Hace unos días, Jorge Trujillo, me “trujo” este bello libro y revolvió o movió mis recuerdos hermanos, en muchos en otros lares, y es lo que forma el cariño a las entrañas de los pueblos, casi podíamos ver los juegos de pequeños con los trompos o las guerritas y las pistolas en los grupos de uno y de otro lado, después, los fandangos y los bailes, y los besos y los sufrimientos, los despidos para salir a otros lados a estudiar y no volver, más que en los recuerdos y, los tiempos del entierro, y sus especiales ceremonias donde, algunos, solamente rezan, y otros atienden a los que van a acompañar a los vivos y a los muertos, a los que hacen las tumbas y toman café y tamales y aguardiente o mezcal y fuman, recordando las cosas del difuntito que, ahí está, escuchando, hasta que se va con los suyos a esos caminos de los que todos hablan y nadie ha recorrido: los caminos de la muerte…
Ahora, en mi casa de Oaxaca, sembré hace tiempo, un pirú y un zapote, ahí les he pedido a mis hijos que tiren mis cenizas, el zapote apenas está ensayando y el pirú, como que se sintió contento y es un árbol hermoso que siempre tiene de visitas a los colibrís y a los pájaros cantores y algunas cotorras que llegan y de vez en cuando, alguna ardilla, quien corretea por ahí y se come los tomates y los chayotes o juega con los frutos de las otras plantas, al sonido y corretear de la negra y del zapote, los que cuidan que no lleguen los extraños ni entren los espíritus malos. Ahí, desde las ventanas, al no poder caminar del todo bien, puedo dar gracias a la vida y gozar de sus sombras y soles, con las alegrías, gracias, pues, Rafael López Jiménez, por ese bello libro que movilizo los recuerdos y los llantos… así van los tiempos caminando, y los viejos, recordamos y lloramos, como que nos van llegando las tristezas de golpe y suspiramos, esperando al tonal y al nagual, para el camino que todos, debemos, algún día, caminar…y, también, sembré un Pochote…