Con el apelativo de “intelectuales orgánicos” fueron descalificados los 650 firmantes de un desplegado dirigido a López Obrador en defensa de la libertad de expresión, que destaca el carácter permanente de estigmatización y de difamación que ha caracterizado el discurso presidencial contra los que llama sus adversarios , con el que “agravia a la sociedad y degradada el lenguaje público”.

 Desde el podio oficialista de la confrontación y el denuesto, la respuesta no se hizo esperar: “No me van a quitar el derecho a la palabra, a decir lo que siento”. Ante este airado contraataque presidencial, cabe preguntarse:
¿Se trata de un intento, tal y como lo señala, de amordazarlo y de coartar su derecho a la libre expresión, que pertenece por igual a gobernados y gobernantes? ¿Es legítimo utilizar sin restricciones la tribuna presidencial para expresar, a la par que los ciudadanos, lo que se siente o se piensa?
 
La libertad de expresión es, sin duda, uno de los rasgos primordiales de los sistemas democráticos, el oxígeno mismo de la pluralidad, el motor de las ideas, el bastión de la diversidad, el portavoz de las convicciones y, a fin de cuentas, la extensión de un derecho aún más amplio: La libertad de pensar. Es ahí, en las trincheras del pensamiento, en las extensas llanuras del análisis y la reflexión, donde se libran las batallas más cruentas y acaloradas en contra del dogmatismo, de la imposición ideológica, del autoritarismo y de la manipulación. Como derecho universal e inalienable, pertenece a todos; es presencia, voz y voto en los ciudadanos de un pie y vehículo natural de las comunicaciones en el ejercicio del poder. Pero no es un derecho absoluto ni irrestricto; como lo enfatizan numerosos organismos de derechos humanos, mientras se regodea en enfrentar a los mexicanos para capitalizar el odio de los más desamparados, mientras que nos hunde aún más en la pobreza donde encuentra el terreno más fértil para su manipulación y su populismo, mientras ejerce su clasismo deleznable que tilda de "FIFI" o de “pirruris” a todo aquel que no comulga con su visión del mundo. Para usted la libertad de expresión es monopolio de un conjunto de paleros que sienta un diario en sus mañaneras para aplaudir sus dislates y festejar sus ocurrencias. Esos que ha galardonado con el doctorado honoris causa en la ridícula ciencia de la adulación y la lisonja, esos a los que dicta las preguntas que abrirán la brecha a su denostación en turno. Pero su repudio a la libertad de expresión “de los otros” confirma mis sospechas, pues only silencian los malos gobiernos, los que temen que emerjan a la luz pública sus vicios y su podredumbre. La palabra señor Obrador, solo es aliada de los hombres honestos.
 
Dr. Javier González Maciel

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