"En América Latina crecientemente se va abriendo paso un modelo de democracia en el que el dictado de la mayoría establece no sólo la ley, sino “la buena ley”. No es la democracia de las libertades ni de la abierta

compulsa de pareceres diversos. Tampoco la del estado de derecho que fija reglas estables de juego, para todos. Ni la que garantiza la alternancia en el poder, la renovación de mentalidades y estilos, la formación de cuadros nuevos. La democracia aglutinante, dialogante y concertante "

Eugenio D´Medina Lora

Cuando creíamos haber desterrado para siempre de la faz de la tierra esa plaga de horror y destrucción que, a lomos de los regímenes totalitarios de la Alemania nazi y del comunismo soviético de Stalin, nos enseño el significado verdadero de la abyección y la ignominia; cuando suponíamos que las democracias liberales surgidas de la posguerra mantendrían su paso firme  como garantes imbatibles de la pluralidad y de las libertades individuales; cuando presumíamos que el voto y los canales institucionales servirían de escollera contra el oleaje implacable de la tiranía y del autoritarismo, asoma una vez más el viejo rostro, el reconocible flagelo, ahora oculto y subrepticio, camaleónico y parasitario.  Esa nueva expresión del poder que recoge a plenitud el estilo totalitario, pero disimulado y oculto tras engañosa fachada, revestido por el discurso y las formalidades de la democracia. Esa aberración que parece extender sus tentáculos, como inclemente cáncer, por el tejido social de América Latina, esa "democracia de fachada", ese "autoritarismo electoral" que Talmón, el historiador israelí, bautizó acertadamente como la "democracia totalitaria": Cimentada en la seducción más que en la fuerza, en la intimidación más que en la violencia, en la emocionalidad más que en la razón; erigida en torno a un líder que se confunde con el régimen, que se entroniza como la encarnación de un "pueblo" y de un "partido", de la voluntad de la gente y de la nación misma: Depositario de la ideología y de la verdad, revestido por un poder omnímodo e incuestionable que pretende extender sus largos brazos a todos los ámbitos con su naturaleza incontestable. Investido por una ficticia superioridad moral y apuntalado por fuertes lazos identitarios y emocionales que lo vinculan a las masas, se asumirá como el salvador de la patria humillada, como el padre mismo de la nación y del pueblo, para exigir de los demás un culto religioso, una lealtad ciega, una supeditación incondicional a su sistema de creencias, a sus valores, sus "verdades" y sus "principios": Totalitarismo puro, supremacía irrefutable del que somete e impone. Bajo este marco, la individualidad se asfixia; se requiere la anuencia, la aprobación, la aquiescencia plena. No hay espacio para el disenso ; la diversidad y la pluralidad deben abrirle paso a la "unificación" avasallante, a la dictadura irracional de las mayorías informes en que se diluye la personalidad, esas que atropellan la autodeterminación, que reclaman homogeneidad hasta los márgenes de lo indigno. En el líder hay algo más que la aspiración de gobernar: desea que se le ame, que nuestros pensamientos sean la réplica de los suyos: Toda vocación totalitaria supone la recreación, la reformulación del hombre mismo, el abandono de las viejas formas para acoger al "hombre nuevo", a esa nueva clase de sujeto libre de egoísmos y aspiracionismos, que albergue en su mente el nuevo modelo del "ser", del "existir", del "pensar", del "amar", del "vivir" y del "morir". De ahí su naturaleza destructiva; deberá desaparecer todo vestigio, todo símbolo, todo aquello que no emane de la creatividad y de la voluntad del líder (las instituciones, los aeropuertos, los fideicomisos, los sistemas de salud, la vieja economía, las empresas, o cualquier otra cosa con aroma a "adversario"); deberemos emanar de la nueva visión, del nuevo orden, sacrificar nuestra libertad en aras del igualitarismo. Deberá combatirse lo distinto, la racionalidad ajena; de ahí la intimidación, la intolerancia, las interminables sesiones en que se desenmascara la "mentira", donde se revela la corrupción del "otro", donde la intimidación y la descalificación alcanzan su cenit. Las diferencias individuales son el nuevo pecado capital; de ahí su peligrosidad, su profunda repulsión por todo aquel que se atreve a cuestionar, a repensar, a defender su individualidad o su condición personal única e irrepetible. 

Nos equivocamos al suponer que los otrora líderes despóticos, que los infames monstruos del totalitarismo y de la intolerancia forman parte de un pasado enterrado.  Viven ahora en un Palacio, ocultos tras la mentira, la manipulación y la intolerancia. Pero su ideal totalitario y desperzonalizante, su exigencia de uniformidad y sumisión, sucumbirá bajo el filo inclemente de su propia espada: desdibujada por su falsedad, por su mendacidad sistemática, por el hartazgo de quien sujeto al yugo colectivo debe empeñar su bien más preciado: La libertad

Dr. Javier González Maciel

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina

 

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