En el código ético del verdadero estadista resulta obligado un rasgo fundamental, un componente definitorio e insustituible que

representa el punto de inflexión, la brecha infranqueable, la frontera inmaterial (aunque visible) entre la mezquindad del político y la grandeza del visionario: El reconocimiento del "otro" en el marco de la gratuidad, en ese amplio y generoso espacio de lo "mutuo" y lo "recíproco", ajeno a la turbidez de los réditos, a la instrumentalización provechosa de las debilidades ajenas, al cálculo mezquino de las conveniencias, al ámbito egocéntrico de la necesidad personal, a las exigencias insaciables de la megalomanía. Alteridad auténtica, interlocutor hecho "sujeto"; reconocible en su individualidad y valioso en sus diferencias. De ahí la universalidad del altruista, la empatía del verdadero líder social, la capacidad del estadista de reconocerse en los demás (propios y ajenos, similares o distintos). Factor de unión y de consensos, de pluralidad y de condescendencia, de inclusión y tolerancia. Pero en este marco de mutualidad, en esta capacidad de desprenderse del "yo" para incursionar, más allá de nuestras fronteras y ambiciones, en la condición de los otros (vía inequívoca para la reconciliación, para el trabajo conjunto, pacífico y armónico de las fuerzas sociales, para sanar los rezagos y las profundas heridas sociales que han hecho sangrar las venas de nuestra patria), se levanta la amenaza, la ambición dictatorial, la mezquindad clientelar y electorera, el usufructo cínico de la ignorancia y la pobreza, la transmutación del otro en un "objeto aprovechable": Altruismo hueco, pretensión desmesurada de protagonismo y de poder, autocomplacencia ruin o hipocresía ventajosa.

Tales rasgos de insensibilidad y de egoísmo, tal incapacidad de reconocerse en el distinto; en ese que no halaga, que no asiente, que no aplaude, que no se pliega, que no desiste, que no se alinea, que no obedece, son los elementos comunes de esa malévola "aleación", de ese conglomerado bizarro y aberrante que caracteriza a los autócratas, a los dictadores, a los sátrapas de la historia; La tríada oscura de la personalidad; repulsiva fusión de narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Narcisismo que aporta su egoísmo, su sentido egocéntrico del derecho, su convicción de infalibilidad, su superioridad fantasiosa (que excluye de su núcleo la empatía y el interés verdadero por el "otro"), su grandiosidad poco realista; maquiavelismo, que empapa cualquier liderazgo con sus rasgos de crueldad, con su cinismo y sus facultades manipulativas, con su justificación de los medios en función de los fines, con su búsqueda de éxito a costa de los demás; psicopatía, que corona tal mezcla aversiva con su impulsividad y su insinceridad, con su incapacidad para avergonzarse ante la desfachatez o la mentira, con su desinterés por las necesidades y los sentimientos de los demás.

¿Puede haber manifestación más pura de tan siniestra perversión de la personalidad que, en medio de la pandemia, ante la diseminación de la nueva variante del letal Sars-CoV-2, que ha sembrado la muerte y la enfermedad, que ha teñido de luto las casas de nuestros conciudadanos, que ha cobrado la muerte de 500,000 personas (más allá de las mentiras oficiales), que convocar a un "AMLO Fest"? Insensibilidad sin límite, antítesis de la empatía y del respeto por la vida. Culmen de la ignorancia y del desprecio por la ciencia, repugnante manifestación de narcisismo y megalomanía, de la inconfundible pequeñez de un idiota que se atraganta hasta saciarse con la lisonja y el aplauso.

Encerrado en su laberinto, inaccesible a los otros, insaciable y demandante, instintivo y cruel, insensible y vengativo, el infame minotauro, coronado por la enorme bestialidad de su cabeza, indiferente al dolor y al sufrimiento de los "otros", exigía su ofrenda desde el laberinto de Dédalo (inaccesible e intrincado): Las siete doncellas y los siete jóvenes que Minos le ofrecía para saciar su hambre. ¡Al carajo la sangre y el sacrificio, al diablo con la pérdida de vidas humanas!...El festival del minotauro ha comenzado.

Dr. Javier González Maciel

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Estudios universitarios en Psicología, Médico Cirujano, Especialista en Cardiología, alta especialidad en Cardiología Intervencionista en Madrid España, titular de posgrado en Cardiología clínica, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, profesor universitario, director médico en la industria del seguro de personas y conferencista para América Latina