En estos días, por el coronavirus, parece que nos interesan más los muertos que los vivos.

 Llevamos cifras, datos sobre contagiados y fallecidos pero no nos hemos detenido en aquellos que a riesgo de su propia vida ejercen esfuerzos adicionales para proteger la salud de millones. Me refiero a las Fuerzas Armadas y Aramada de México, este nutrido grupo de jóvenes adiestrados para resguardar la soberanía, la seguridad y los símbolos nacionales. Nuestros soldados y marinos han sido instruidos y educados en salvamento y auxilio civil en difíciles etapas de desastres, tragedias, sismos, explosiones, manifestaciones, inundaciones y ataques del crimen organizado. Su vigor y valor es notable. El personal de sanidad con enorme profesionalismo y temple llega a todos tipo de comunidades en nuestro territorio para dar alivio, prevención y protección. Es conocido el reconocimiento que nuestros uniformados reciben en las precisas operaciones del Plan DNIII. Son ejemplo para el mundo como así ocurre con Los Ángeles Verdes, un servicio de auxilio vial único en el mundo en carreteras que opera en México. El Ejército Mexicano y la Armada de México han mostrado valentía. Esta es una batalla contra un enemigo invisible, asesino. Un virus que ataca sin piedad en cualquier terreno. Daña a todo ser humano, no respeta género, edad, condición social, económica, política o ideológica. El contagio es un peligro para todos. Los soldados nunca se rinden ante la adversidad y menos ahora. La moral debe ser intacta pero hay voluntad de servicio. El desafío es único y mayor. Pero ellos y sus mandos saben con precisión que el ataque es en todo el planeta y que aquí en nuestro suelo las Fuerzas Armadas responden de inmediato con gallardía y con conocimiento. Están preparados en todas las aéreas, en todas las especialidades, con profesionales no improvisados. Por largas temporadas se alejan de sus familias para salvar a otras y ante una llamada de socorro, el primero en acudir y ofrecer seguridad es el soldado y marino mexicanos. En estos días la condecoración se la llevan no en ceremonias castrenses que imponen, sino con la gratitud y reconocimiento del pueblo, de la sociedad, de la nación todos los días. Son héroes anónimos, no necesitan dar nombre, acreditarse, mostrarse protagónicos. Su labor es en equipo, integrados, con órdenes claras y objetivos contundentes. Desde el aire, por tierra y mar llegan. Presentan mecanismos de inteligencia, conocen de orografía y de meteorología y por ello están, llegan, salvan. Esta vez luchan contra una pandemia como lo han hecho en huracanes o terremotos portando en su hombro la bandera nacional. Y como siempre muchas, muchas vidas se salvarán, muchas comunidades se reorganizarán con las despensas, medicamentos, líquidos y nutrientes que les acerquen. La reconstrucción, como en otras ocasiones, no será llevando ladrillos y cemento, será alentando moralmente, transportando a enfermos en unidades de alta tecnología, protegiendo a las víctimas y atendiendo cómo se merecen a los deudos. Hemos visto de todo en la labor de las Fuerzas Armadas y de la Armada de México, pero siempre les aprendemos que para crecer hay que aplicar disciplina, entrega, valor, conocimiento y escrúpulos.