SINGLADURA

Las políticas largamente anunciadas y que empieza a activar el señor Donald Trump, presuntamente para de nueva cuenta hacer grande a Estados Unidos, me han hecho recordar al extinto señor Rafael Caldera, quien se hizo presidente por segunda vez  de Venezuela en 1994.

De ideología derechista y fundador del partido socialcristiano Copei, el partido que junto con el socialdemócrata Acción Democrática fundaron la democracia contemporánea en Venezuela al término de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, Caldera  reconquistó la presidencia venezolana con un discurso de izquierda, que satanizó las políticas fondomonetaristas y de libre mercado impulsadas por el también extinto Carlos Andrés Pérez a partir de la segunda presidencia que asumió en 1989.

Caldera, un viejo zorro de la política venezolana y dueño de un colmillo de elefante que hacía surco, olfateó con enorme acierto el sentir de los venezolanos la madrugada del 4 de febrero de 1992 cuando el entonces teniente coronel Hugo Chávez irrumpió en armas contra el gobierno de Pérez, que había  alentado una serie de reformas fondomonetaristas, que concitaron el enorme rechazo de la inmensa mayoría de los venezolanos.

No se acallaban del todo las armas  ni el olor a pólvora aquella madrugada del cuatro de febrero de 1992 tras la fallida insurrección armada de Chávez, cuando Caldera, entonces senador vitalicio y un hombre en ese momento de 75 años, pronunciaba un discurso en el Congreso venezolano que lo hizo casi de inmediato líder natural de miles y quizá millones de venezolanos, fatigados del  modelo democrático bipartidista instaurado  en los 60´s para alumbrar la democracia venezolana.

Hábil como pocos, Caldera satanizó al Fondo Monetario Internacional (FMI), no condenó el  alzamiento militar de Chávez y argumentó que ningún pueblo defiende una democracia si tiene el estómago vacío.  Esas ideas fueron  la catapulta natural de Caldera a su segunda presidencia, que asumió en  febrero de 1994 con el apoyo de una coalición de minipartidos variopintos denominados “el chiripero”.  Caldera fue el parricida de Copei.

No es una largueza ni muchos menos una ligereza decir que Caldera, el derechista de cepa y uno de los amos del valle venezolano, debió a Chávez su segunda presidencia. Chávez, el izquierdista bolivariano. Los extremos se tocaron, ni duda cabe. No fue casualidad que Caldera indultara a Chávez y le cediera el poder en 1999.

Una vez iniciado el segundo mandato, Caldera  puso en marcha un programa de gobierno presuntamente progresista y sin embargo, éste resultó profundamente derechista.  Florecieron los mercados negros de divisas, el enriquecimiento aún mayor de las élites y finalmente, sobrevino el rescate del FMI de Venezuela.

El gobierno de  Caldera resultó peor porque incubó buena parte de la crisis que luego permitió el ascenso al poder nada menos que de Chávez a partir de 1999, con los resultados que son bien conocidos.

Creo que así ocurrirá  a Trump más temprano que tarde. Los anglosajones y aún muchos latinos que votaron por él y sus programas aislacionistas, racistas y xenófobos bajo la consigna de hacer grande otra vez a Estados Unidos,  no tardarán pronto en darse cuenta del error histórico de abrir al “magnate del ladrillo” las puertas de la Casa Blanca.

Trump, al igual que fue Caldera, es un salto atrás en la historia. Trump dejará una lección y confió en que al menos no resulte demasiado trágica. Así que miremos adelante con optimismo. Lo peor que podría alargarse esta mala pasada de la historia que es Trump serán cuatro años y con suerte un poco menos. Fin

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