Es probable que los 18 años en campaña por la presidencia del país, hayan galvanizado ya a Andrés Manuel López Obrador, el candidato puntero hoy día. Nada lo ataja, merma o derrota. Su imagen pública, si no mejora, al menos no empeora y eso significa mucho para un político empeñado en llegar a su meta: la presidencia mexicana.
Muchos se preguntan, entre ellos quien esto escribe, cómo López Obrador ha logrado mantenerse en la palestra pública, para bien, para mal o para ambas circunstancias, a lo largo de casi 20 años. Es un hecho político que no puede ni debe desdeñarse, puede incluso considerarse un fenómeno de la política. Difícilmente otro político podría haberse plantado tan fuerte en la escena nacional por tanto tiempo. Creo incluso que podría haberle ahorrado mucho al país, y sobre todo a sus adversarios, haberlo tenido ya como presidente. Después de todo, habrían sido sólo seis años y adiós. Un poco como la broma y la descripción un tanto seria sobre los diputados cuando se les hace ver que el cargo dura sólo tres años, pero en muchos casos, la vergüenza se prolonga toda la vida.
El hecho es que como el quijote de la mancha, en su versión áspera si se quiere, López Obrador sigue cabalgando a trote y moche desde hace casi dos décadas. Nada, ni siquiera sus estruendosas derrotas –falsas o verdaderas, pero objetivamente reales- lo han bajado del rocinante de la política. Sigue allí, casi impertérrito, para bien de la esperanzada voluntad de sus seguidores, y para desgracia de sus adversarios y demiurgos.
A la tenaz persistencia política de López Obrador, se opone claro la temerosa objeción de sus adversarios, que se cree están desesperados y que en un mal lance echan mano sin embargo de un arsenal ya vetusto, caduco, agotado, para dar el golpe final a combatiente tan obstinado y perseverante.
Pero nada. López Obrador, si no a su gusto ni libremente, sigue en su cabalgadura, pian pianito y si acaso, con la única preocupación de que se agote el tiempo, casi como en el futbol, para que el árbitro se lleve el pito a la boca –como malamente dicen las crónicas- para dar el silbatazo final del encuentro.
La mayoría del electorado mexicano tampoco parece inmutarse o sorprenderse ya a estas alturas del encuentro de nada que le descarguen en contra de López Obrador. Allí están las encuestas si es que alguien lo duda y aún cuando éstas pudieran equivocarse –algo que ya también se especula- será harto complicado y, peor aún, peligroso para el país, argumentar el error de los sondeos. ¿Cómo eliminar una espesa matriz de opinión? Difícil, así ésta resulte equivocada.
Y si a esto se le añaden las pifias que están cometiéndose casi a diario del lado del oficialismo y sus adláteres, el cuadro empeora. La decisión del TEPJF sobre la incorporación de “El Bronco” sólo da nuevos motivos a favor de López Obrador.
Añádase la larga sarta de desilusiones sociales propinadas en general por la clase gobernante y se tendrá el momento dorado para el candidato de Morena. ¿Alcanzará el tiempo para descabalgarlo? Pero más aún ¿cómo?
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