De aquel año de 1997, ya lejano pues, cuando el entonces presidente Ernesto Zedillo perdió por primera vez la mayoría

 legislativa en las elecciones de medio término, a la fecha, ya pasó muchísima agua bajo el río y, claro, nunca nada es igual aunque parezca.
Desde entonces, ningún presidente del país gobernó con mayoría legislativa. Quizá por ello o en buena parte, en las elecciones del 2018, el electorado nacional volcó en las urnas su absoluto respaldo a López Obrador, quien hace más de un año ya –no se olvide- gobierna en el mejor de los mundos posible.
Los electores, hastiados ciertamente de la situación nacional y del pobre desempeño de los gobiernos más recientes que argumentaron la dificultad de gobernar con un congreso adverso y calculador, decidieron abatir el muro de contención y dar manga ancha a la gestión de la 4T para acometer mejor las tareas empeñadas.
Pero, oh grave consecuencia, la oposición se desempeña si acaso y en la mejor de la circunstancia como un dique apenas de contención. Nada que preocupe al presidente, quien se ha dado el lujo incluso de decretar la derrota moral de quienes intentan contenerlo.
De los colaboradores de Amlo en el llamado tren ejecutivo, pues poco puede abonarse. Los trae cortitos, recién me confió un personaje de una cercanía indudable a una alta funcionaria de la 4T, cuyo nombre me reservo.
Así, Amlo ha podido hacer y deshacer a su libre albedrío, con apoyo además de las manos alzadas que de vez en rato y con una frecuencia envidiable, le obsequian su absoluto respaldo. Añada usted el colmillo político del presidente, que de tan largo hace surco en prácticamente toda la geografía del país.
Hoy tenemos los mexicanos un presidente que gobierna a sus anchas sin que haya voz que valga o postura que incomode o se escuche, que es lo peor. Y si alguien lo contraria, viene la descalificación política, y peor aún, moral. Con frases ya famosas y contundentes como “me canso ganso”, “yo tengo otros datos” o incluso “eso ya se acabó” y decisiones inamovibles y aún temerarias, López Obrador gobierna un país tan complejo y contrastante como México. Su voz es México y punto. Los otros, los otros son “fifís”, “conservadores”, “corruptos” o “neoliberales”. Para todos aquellos que discrepen o intenten oponerse, tiene una receta de epítetos negativos y descalificatorios.
Como dije en este mismo espacio hace casi nueve meses, López Obrador eclipsa, ensombrece y apabulla a todo aquel que se le pare enfrente, incluyendo a sus colaboradores de primera línea. Observe por ejemplo cómo cada uno de sus colaboradores es blanco de una vigilancia estrecha en las mañaneras casi como un profesor con vara en la mano, dispuesto a usarla al menor desvío o discrepancia de sus pupilos-secretarios.
Gobierna López Obrador con un frenesí digno de mejores causas y resultados.
Ya el cuatro de diciembre de 2018, una fecha que parece a estas alturas del gobierno muy alejada en el tiempo por el vertiginoso ritmo presidencial, y en su primera conferencia de prensa en Palacio nacional luego de inaugurar las jornadas diarias con su gabinete de seguridad a muy temprana hora del día –que como decían las personas de antes, tarde se le hacía- el entonces flamante presidente puso en claro: “empezamos bien, tengo las riendas del poder en las manos”. Ni quien lo dudara entonces y menos ahora cuando cada día nos recuerda a los mexicanos, quién manda en México.
Aquel lejanísimo 4 de diciembre, en Palacio Nacional, el epicentro histórico del poder ejecutivo mexicano, López Obrador hizo ver: “hay gobierno en México”, una frase similar a aquella que en latín se pronuncia desde el balcón central de la Basílica de San Pedro cada vez que hay un nuevo sucesor de Pedro: “habemus papam”.
Dijo esa misma fecha López Obrador que el gobierno sería para “darle seguridad y protección a los mexicanos, para que se mantenga la esperanza; que las expectativas de cambio se van a convertir en realidad”. Y en esa estamos. Seguimos aferrados a la esperanza que nos anunció López Obrador, amarrados a las expectativas de cambio que nos ofreció a cambio de votar por él.
Uno de los cambios ya cumplidos diría yo es la presencia omnímoda, eclipsante del presidente López Obrador que como un niño héroe se envuelve en el trajín de la jornada diaria apenas parpadea la luz del día.
Él es el Presidente, el que tiene en sus manos las riendas de todo el poder y todo lo llena, todo lo abarca, todo lo cubre, incluso a sus colaboradores a los que con frecuencia les emborrona, les corrige, les dicta la plana. Estos, sus colaboradores, aparecen pequeños, medrosos, llenos de pavor ante la presencia apabullante del Presidente, que los eclipsa al grado de recordar al célebre Luis XIV, el Rey Sol, aquél reivindicado así mismo como el mismo Estado en su persona. ¿Sirve esto a México? ¿Nos viene bien?
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@RobertoCienfue1