Hay barruntos de tormenta en México. Es cierto, la caída del peso frente al dólar y el

 desplome del precio petrolero, muy por debajo de la previsión presupuestal este año de 49 dólares por barril, vienen de fuera del país. Pero también es cierto que ambos hechos económicos impactan de dura manera a México y ponen en aprietos al gobierno de la 4T. O no, según se tome.

Vea si no. Esta vez se debilitan los argumentos hasta ahora tan socorridos de atribuir a los “neoliberales”, “fifís”, y “conservadores” los malos saldos y ratos económicos del país. La herencia maldita servirá de poco o nada para explicar el atolladero, que –también es cierto- sorprende al país mal parado. Decrecimos en 2019 y si las cosas también pintaban para mal este año, ahora se anticipan peores. Esto dará sin embargo el argumento que urgía, que se requería, que era preciso para justificar el estado económico nacional.

En pocas palabras, si la economía andaba mal o coja era por culpa de los neoliberales fracasados. Si ahora anda peor es porque la OPEP y Rusia fallaron en su intento de poner orden en el mercado y añádase el coronavirus.

Este mal orgánico tampoco nació en México, qué va, sino en China, y si daña la economía mexicana aún más, pues culpa de Wuhan.

En ese contexto, la 4T está a salvo de enfrentar y mucho menos atender cualquier señalamiento crítico. Tampoco es válido responsabilizarla. No hay causa, razón o motivo para culparla de nada. Todo es obra de los neoliberales del pasado o del contexto internacional, en el que México nada tiene que ver. Si acaso, sólo deberá aguantar, soportar. Menos mal que tiene indicadores macroeconómicos propios de los “neoliberales”, más que sólidos. No hay déficit, hay reservas a granel y hasta un fondo de estabilización por si acaso, aun y cuando esas previsiones correspondan al periodo neoliberal, que dicho sea de paso merece tanto repudio de nuestro presidente.

En este ambiente de culpas y/o responsabilidades resbaladizas se abre paso –me parece- una atmósfera de creciente incertidumbre, que alcanza a los representantes de las cúpulas del poder público nacional. Mas esas figuras encumbradas no dan signos claros de control y mucho menos de dirección y rumbo nacional. Sus respuestas y propuestas se quedan cortas ante el tamaño de una crisis soterrada que se expresa en una creciente y muy peligrosa atonía entre gobernantes y gobernados y el desastre de seguridad nacional con su expresión más siniestra de crímenes sin control.

México en estos días no parece un país enrutado y bajo el concierto gubernamental. Se asemeja más bien a un archipiélago en el que cada quien celebra su juego de vanidades, avances, zigzagueos y sin una hoja de ruta, sino más bien cada quien defendiendo su parcela y territorio.

Palacio Nacional, antes que eje de concertación, dirección y mando, protagoniza una batalla sin cuartel contra sus adversarios y adversarias, éstas de cuño más reciente, una batalla si se quiere contra molinos de viento aunque sin la audacia y sabiduría del gran Quijote.

A ratos da miedo o temor de que el presunto timonel perezca en el intento de transformar al país que de tan complejo rechace por sí mismo las soluciones simplonas y hasta las más obvias. El capitán, tan afanoso él, tan experimentado, tan políticamente puntilloso y avezado, parece a ratos vivir en otro mundo, desconectado, ajeno, aunque vinculado eso sí y muy profundamente a sus gnomos y fantasmas, a su pumuky.

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@RobertoCienfue1