Ah que el presidente Andrés Manuel López Obrador. Sigue sorprendiéndonos y parece que

 le encantan los retos, la escaramuza y hasta el pitorreo. Pocas cosas resultan previsibles en él, con excepción quizá del mundo de los otros datos, la realidad alterna, una que dibuja en forma cotidiana para que el país se vaya de bruces y sin escalas al mundo de la polémica, el dicharacho y la incredulidad.
Como solemos decir, López Obrador no deja títere con cabeza. Va por todas y le entra a todas. No se le va una, como decía el gran Mauricio Garcés. Apenas comienzan los rescoldos a desaparecer y enciende una nueva fogata, llamarada u lo que resulte semejante a cualquier factor ígneo. Es su estilo. Así capta la atención nacional. Tiene subyugada a la inmensa mayoría nacional, que dedica tiempo y neuronas a debatir los temas y “el modito” presidencial. Quizá allí está parte del secreto de su éxito y popularidad, aun y cuando el país trote como un jamelgo cada vez más escuálido de bronca en bronca.
Abundan los indicios de que al presidente le viene valiendo un pepino el Covid-19, la economía del país, el desempleo, la carencia de una infraestructura médica robusta, bueno y hasta la criminalidad, las críticas a sus políticas de austeridad –austericidas dicen por allí- la percepción ciudadana sobre la presunta corrupción en su sexenio, las energías limpias, la atracción de inversiones y/o los pleitos o distanciamiento con el capital nacional y extranjero, la violencia contra las mujeres y aún la reacción de éstas al fenómeno, entre otros muchos temas, aún así los más candentes.
De igual forma parece que no le preocupan demasiado el colapso económico que está cavando el Covid-19; los médicos y todo el personal sanitario y asimilado que le batallan en todas las líneas del frente para salvar vidas en estos días de furiosa pandemia. Bueno, ni los militares le quitan el sueño. Los tiene muy ocupados en un cúmulo abigarrado de tareas que va desde la construcción del aeropuerto de Santa Lucía hasta el reparto de despensas urgentes, sus labores policiacas y aún migratorias por aquello de contener la ira del jefe Trump, -quizá al único que sí le hace caso- que vigila u otea el cabal acatamiento de sus instrucciones.
Tampoco hay una evidencia clara y contundente de que al presidente le mortifiquen ni siquiera mínimamente los forcejeos que se traen sus correligionarios de Morena por el control de esa tolda política variopinta. Tan poco lo inquietan los aquelarres morenos que ya les ha dicho que si siguen peleando, él les dará portazo y sanseacabó.
Y si los malandros del narcotráfico hacen de las suyas por estos días y aún antes, pues el presidente ni si inmuta. Si acaso les pide “ya bájenle”. Antes de pedirles que le bajaran dos escaloncitos, los quiso intimidar con la chancla de la madre o la abuela y más antes con la reprimenda de éstas luego de que los balazos siguieron, y ni siquiera el abrazo los contuvo. Así anda el presidente, tranquilo.
Tan tranquilo anda, luego de domar la pandemia, que en las próximas horas volverá a lo realmente suyo: la calle. El confinamiento, aún en Palacio Nacional, no es lo suyo. Su mero mole es la calle, la gira, así lo obliguen los expertos a usar el barbijo cuando –si no ocurre otra cosa de última hora- abordará un avión rumbo a Quintana Roo por vez primera en semanas que le han de haber resultado una eternidad en la soledad y solemnidad de Palacio. Hace incluso recordar aquella frase típica de nuestras madres: ya te anda por irte a la calle. ¿La recuerdan?
Lo de él es el bullicio callejero o placero, aun así esta vez tendrá que contentarse con pocos y de lejitos para que no digan los adversarios que anda tentando al diablo. Lógico. Después de todo, López Obrador el austero es un hombre del trópico y eso, pues algo debe contar. ¿O no?

This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.

@RobertoCienfue1