Aunque es todavía prematuro y bastante, anticipar nada contundente y aún objetivo sobre el saldo electoral de la jornada de ayer domingo, una primera pero importante lección que puede adelantarse es que la participación del pueblo bueno y sabio

 en las urnas rompió récord para unas elecciones de medio término, aun inmerso en la pandemia por el coronavirus, los conatos de violencia y la sangre derramada en vísperas de estos comicios considerados cruciales para México y su sistema de partidos políticos, y sobre todo para el pueblo, la gente de este país que sin temor volvió a dar una lección a toda la clase política nacional que ésta no debería olvidar ni desdeñar por su propio interés y beneficio.
Desde temprana hora del domingo fue más que clara la afluencia de los votantes a las urnas, incluso antes de las 08:00 horas cuando estaba programada la apertura de las casillas en la Ciudad de México y todo el país. De hecho, el Instituto Nacional Electoral confirmó ayer que fueron abiertos más del 92 por ciento de todos los centros de votación. No es una cifra menor y/o desdeñable considerando el escenario del país, envuelto en una serie de dramas que como dije arriba van desde la pandemia hasta la violencia criminal, que ha recrudecido en los últimos dos años, aun y cuando se insista terca y temerariamente en negarla, de la misma forma en que se ha hecho casi una costumbre negar la evidencia, firme, concreta e inapelable.
Esa participación de ciudadanas y ciudadanos, en un abanico amplio de edades, anunciaba o anticipaba en sí misma un pronóstico positivo, favorable y alentador, aún al margen de sus resultados específicos. Es cierto, todavía no es posible dar por hecho el tamaño de la sorpresa que propinó la ciudadanía mexicana. A los primeros resultados delineados, seguramente seguirán las impugnaciones en tribunales de varias de las partes interesadas directamente en la puja por el poder. No hay que descartar que vienen días complejos en tribunales, pero lo que es inobjetable en estos momentos es que la elección convocó a un número de electores sin precedente en unos comicios de este tipo y que arrojan numerosas sorpresas. De igual forma, no es cosa menor apuntar que la ciudadanía se creció una vez más ante la clase política gobernante para mostrarle que en política nunca hay nada escrito y menos para siempre. Un dato más, resulta claro que contra muchos pronósticos que anunciaban un día de campo electoral para Morena, la realidad, siempre más contundente, mostró el recelo de amplios sectores del país con el partido, movimiento u lo que sea, que dicho sea de paso se ensoberbeció a partir del triunfo del 2018 y que para decirlo de manera simple, se durmió en sus laureles o naufragó como el camarón.
Esos políticos, que se creyeron amos y señores de la verdad absoluta, dejaron de leer la realidad y aún se confiaron en todas esas encuestas que mostraban a López Obrador como un baluarte de su poder. Fracasaron en la tarea de anticiparse y darse cuenta, por ejemplo, de los mensajes en octubre pasado que dieron las elecciones en Coahuila e Hidalgo. La amarga lección, de confirmarse los resultados aún muy preliminares de la jornada dominical, es que en política como en la vida -insisto- nada es para siempre, y que si bien la fe mueve montañas, hay que pagar y trabajar siempre.
Un dato adicional para explicar este aparente resultado es que la cocina electoral del país hervía a fuego lento sin que el poder encarnado en Morena se diera cuenta o lo percibiera. Las encuestas jugaron a su favor en principio, pero le propinaron una mala pasada con base en los resultados a la vista de manera muy inicial. Muchos, muchísimos electores mexicanos guardaron sus cartas o mantuvieron cerradas sus cocinas, donde preparaban el guisado más mortífero para el poder de turno, y lo sirvió justo cuando llegó el día de la elección. Vaya sorpresas que da la vida.
México se beneficia en sí al mostrar un vigor ciudadano, muchas veces desdeñado, y la exigencia permanente para quienes quieren gobernar de hacer las cosas bien.
De igual forma, y en caso -insisto- de confirmarse las previsiones, se refresca y pluraliza el ejercicio del poder y, de ribete, -lo cual no es poco- hace ver que el Instituto Nacional Electoral es un organismo confiable, que antes de ser exterminado, debe prevalecer y consolidarse como garante electoral. Hay muchas más lecciones. Se requieren humildad, trabajo, resultados, amplitud y genuino liderazgo para aceptarlas.
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@RoCienfuegos1