Ya instalados prácticamente a la mitad del gobierno de la 4T, una propuesta surgida de una aspiración política para transformar la vida del país de manera pacífica que contrastaría con los tres grandes movimientos político-sociales que definen buena parte de la cruenta historia mexicana, el país conoce más

que bien el ideario -por así llamarlo- que anima al presidente López Obrador en sus empeños por consumar este giro radical de la historia contemporánea mexicana.

Al parecer, la clave para comprender de mejor manera esta inspiración que ciertamente está trastocando el rumbo nacional, bastaría con echar un ojo a las principales tesis lopezobradoristas, que a decir verdad reflejan una serie de postulados tan enunciativos como idealistas, muy emocionales además, y al mismo tiempo un programa espejo que proyecta o busca al menos, llevar al extremo y absolutamente contrario a lo que los mexicanos vimos y vivimos durante las casi 4 décadas de presidencias sexenales marcadas por el denominado neoliberalismo económico.

Se trató durante todo ese tiempo en buena parte de presidencias inspiradas por los movimientos económicos globales, el liberalismo político y la institucionalidad de prácticas muchas veces contrarias a la ética pública y enraizadas en la corrupción, un tema éste último tan antiguo en México como su historia.

Con un proyecto que inició en sus años mozos y creció a través de una intenso peregrinar nacional, pero sobre todo con el conocimiento amplio de las prácticas corruptas y sus personajes políticos, López Obrador diseñó, con un amplio número de asesores y socios políticos, la contra del esquema instaurado en México en los primeros años de la década de los 80 con políticos poderosos como entonces fue Miguel De la Madrid Hurtado y más tarde, el celebérrimo Salinas de Gortari. Lo siguieron, incluso por una tragedia política, otros personajes como Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

Durante esos 36 años, López Obrador acumuló fuerzas, experiencias y conocimiento, desplazándose al margen y de manera paralela a sus antecesores. Se convirtió en la sombra del sistema y en la voz crítica, pendenciera, el mecate corto y la voz disidente por antonomasia. Sus repetidos fracasos le abrieron la puerta del éxito, y conforme más socavaba al régimen o sistema, más crecía en el imaginario popular o ciudadano.

Con propuestas emocionales y postulados a los que difícilmente cualquier persona en sus cabales puede oponerse, como los clásicos enunciados de primero los pobres, fin de la corrupción, separación del poder político y económico, soberanía nacional, fin de la guerra y enarbolamiento de la paz -abrazos y no balazos- pacificación del país, honestidad, fin al despilfarro -gobierno rico y pueblo pobre-, ensalzamiento de la moral, elogio de las virtudes y aún de la pobreza, entre otros muchos lemas más, López Obrador tejió una red sólida de seguidores, unos ingenuos y otros convencidos por la esperanza de un cambio, en nombre incluso de la virgen  morena, y la religiosidad, que le valieron el triunfo.

Tres años prácticamente después de esos ideales -no somos iguales- México transita  una ruta colmada de incertidumbres, miedos y resultados magros si acaso. Pero todavía así, hay millones de compatriotas que se niegan a sufrir y mucho menos a aceptar la derrota de la esperanza, el mayor activo hoy día de López Obrador, un maestro del verbo popular.

Por ello acaba de decir en Guerrero el último fin de semana que llueve, truene o ralampaguee, la 4T va y se consumará, sea cual sea lo que esto signifique. Veremos.

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@RoCienfuegos1